Los elogios, cuando llegan a ti
se desmoronan, descerrajan la niebla que los cubre y con la que juegas a
engañarte y exponen a tus ojos lo que eres.
Aquello a lo que honrosamente
renunciaste y que, sin embargo, continúas deseando.
Las puertas que no quisiste
traspasar y que envidias lo que ocultan.
Lo que diste y echas de menos.
Lo que eres y no eres a la vez,
santo y demonio, virgen y puta.
Lo que no quieres ser aunque lo
quieras, lo que quieres ser aunque no lo quieras. La contradicción en la que se
ha movido tu barca siempre a punto de zozobrar.
De lo que estás orgulloso aunque
hubieras preferido pasar de ese cáliz.
Lo que te dices, lo que sientes y
que se encuentra ahí, centinela del dolor y de la duda, de la pregunta impenitente.
La blanca túnica de la que solo tú
ves las manchas.
El dolor del que no puedes pasar
pero del que deseas alejarte.
Los pecados que cometiste y con
los que sigues soñando.
El hombre que soy y el que no
soy. El que soy desde el no ser y el que no soy a base de arrancarme las
costras de mi ser.
Soy el que he querido ser dejando
que mi no ser le arrastre la corriente, pero las aguas de este río no cesan de
bañarme.
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