Tengo esclerosis múltiple, ¿y
qué? No soy menos ni soy más, no soy poco ni soy mucho, no soy el primero ni
soy el último, soy el que soy, soy el que fui, soy uno más.
Es cierto, no puedo andar, pero
nadie me podrá quitar el deseo de iniciar nuevos caminos y avanzar en ellos.
En mi cabeza el procesamiento se
ha vuelto más lento, mi memoria más remisa, los equívocos más frecuentes, pero
permanece en mí el placer de pensar y de pensarme a mí mismo, de reflexionar
sobre lo que he sido y lo que soy, sobre aquello que puedo llegar a ser,
incluso de soñar sobre ello.
El más mínimo esfuerzo, pequeños movimientos, me suponen una fatiga demoledora, aún así ansío las largas conversaciones sinceras, a flor de piel, a calzón quitado; la música, la poesía y el teatro rearman mi desmoronado cuerpo, los gestos de afecto lo rejuvenecen.
El más mínimo esfuerzo, pequeños movimientos, me suponen una fatiga demoledora, aún así ansío las largas conversaciones sinceras, a flor de piel, a calzón quitado; la música, la poesía y el teatro rearman mi desmoronado cuerpo, los gestos de afecto lo rejuvenecen.
He perdido la sensibilidad en el
tacto, mis dedos difícilmente reconocen, pero mis manos siguen deseando tocar,
acariciar, explorar nuevos territorios, traspasar nuevos preceptos.
Soy, de cintura para abajo, un
torpe recuerdo de lo que fui, pero mi piel sigue deseando ser tocada, mi cuerpo
sigue vivo, necesita ser complementado, mis fronteras quieren ser
transgredidas.
Mi historia es, desde hace años,
una historia de pérdidas, pero eso me permite acercarme, cada vez más, a los
perdedores, de conquistar la humildad, de ganar en humanidad.
Soy dependiente, pero me doy
cuenta, que, de alguna manera, siempre lo he sido, pero nada me impide, por
ello, desarrollar la rebeldía, la capacidad para exigir, la libertad para la
desobediencia.
A veces requiero de los demás
para las necesidades más primarias y allí, tocando fondo, descubro la grandeza
de la persona, la seguridad que aporta el amor, la fuerza que transmite el
cariño, la capacidad de sobrevivir con una sonrisa en arenas movedizas.
Desde hace tiempo, cada día, cada
minuto, me acompaña el dolor, pero es posible transformarlo en un arma de
empatía, en un puente sobre aguas turbulentas, en un prisma para mirar al mundo
de otra manera, con menos altanería, con menos orgullo, a ras de suelo.
Tengo esclerosis múltiple, ¿y
qué? Ha cambiado mi vida, pero en medio del oleaje yo sigo manejando el timón,
no ha podido arrebatármelo. Soy sujeto y predicado, voz y silencio, rabia y
ternura, lágrima y risa,
espectador y protagonista, la porción de una vida en común empeñada en hacer
bien su papel, en dejar su testimonio. Sí, tengo esclerosis múltiple. ¿Y qué?
¿En qué soy diferente?
La verdad es que esto me ha hecho llorar. NO se como he terminado aquí, bueno en parte sí. Todavía no saben si tengo esclerosis múltiple, estoy en observación, pero si así fuera me encantaría y lucharía por tener esa fuerza de voluntad, ese deseo y personalidad que caracteriza tanto a este texto. Un texto que podría convertirse dentro de poco en mi resumen de la vida.
ResponderEliminarMe parece un buen título, es más edite un libro, en el 2008, que se llama “Tengo esclerosis múltiple ¿y qué?
ResponderEliminarEn él, (cuya imagen de fondo es un corte de mi columna, de una de mis tantas resonancias, y de imagen principal tenía un corte de mi cerebro; es como todas las resonancias blanca, gris y negra, pues es así como vemos la vida cuando se nos diagnostica una enfermedad crónica, pero en la contratapa hay una foto mía a color ya que somos nosotros quienes le ponemos color a nuestra vida), me refiero a como llevo yo, y mi familia obviamente, la enfermedad y el “¿Y qué?” no se refiere a que no me importa nada sino a que hay que seguir luchando.