Reconozco que
sé muy poquito de economía y admito que tal y como están las cosas, quiero
saber cada vez menos, aunque pueda ser de nuevo un bicho raro en un momento en
el que parece que todos aspiramos a convertirnos en catedráticos de ella. Pero
dentro de mi ignorancia sospecho una cosa, que el origen del problema no radica
ni en la burbuja inmobiliaria, ni en la financiera, ni en la inflación o la
deflación, en el déficit o en el superávit, ni en la prima de riesgo o en el
rendimiento del bono a 10 años, ni el IBEX 35, EUROSTOOX 50, NASDAQ 100 ó DOW
JONES, ni, si me apuran, en los
paraísos fiscales o la corrupción urbanística; me da la impresión de que todo
esto solo son los apellidos del problema, su nombre presiento que es muy
antiguo y muy simple, se llama AVARICIA.
Un nombre que
viene de atrás, no del 2000, 2002, 2004 o 2008, tiene difícil o imposible
datación, como difícil fecha exacta podemos atribuir a este sistema en el que
hemos crecido y nos hemos ido haciendo “hombres” cómodamente instalados; un
nombre que ahora descubrimos, cuando nos afecta a nosotros, que hinca sus uñas
en la carne viva y devora personas, en el que todo es cuantificable y puede
supeditarse al beneficio económico; en el que la otra cara que hemos deseado
ignorar siempre ha estado ahí, sangrando y sufriendo, en un holocausto
permanente, sacrificados en el altar de nuestra auténtica divinidad: el dinero.
Todos esos
apellidos son más complejos y más sencillos a la vez, todos transmiten un
mensaje que nosotros transmitimos de igual manera cada vez que establecemos
tertulias de seudoespecialistas. Ese mensaje es: no hay alternativa, el
problema es técnico, de ajustes en los engranajes; la solución no es
ideológica, ni nada tiene que ver con la ética o la moral, es económica y la
economía es solo ciencia aséptica, neutral, un exclusivo problema técnico y
solo al alcance de especialistas. La tecnocracia como ideología al alcance de
todos si se acepta ese mensaje. Y lo hemos aceptado.
El vocabulario
nos parasita el pensamiento, se instala en él y coloniza todas las neuronas
gobernando el qué y el por qué de nuestra cotidianidad. La terminología es el
vehículo para nuestro pensamiento, solo a través del lenguaje somos capaces de
pensar, pero la elección de una u otra no es inocente, de una manera rutinaria
incorporamos el caballo de Troya que termina por conquistar nuestro cerebro. El
parásito va apropiándose de él y adueñándose de nosotros. Somos lo que
pensamos, cómo pensamos, como nos hacen pensar, como nos permiten hacerlo.
Y con esa
dulce alienación nos sentimos más, integrados en el gran grupo de los
entendidos y nos sentimos cómodos y seguros, despojados de la condición de
sujetos autónomos, pero eximidos también de toda responsabilidad y culpa. La
solución nos excede, no afecta a nuestra vida, es la categoría macro que nos
permite sentirnos importantes y nadie al mismo tiempo, jueces y espectadores.
Lo que hemos hecho de nuestra vida, lo que hemos colaborado a hacer a nuestro
alrededor, nada tiene que ver con todo esto. Podemos aspirar a seguir siendo lo
que fuimos mientras el viejo orden, que nunca se debió perder, se restablece.
Pero la
condición de espectador es imposible de mantener cuando nos va poseyendo la de
víctima, y la inocencia se convierte en una falacia cuando la tramoya se viene abajo y deja al
descubierto las alcantarillas de nuestro sistema y todos sus damnificados. El
viejo orden no ha de volver, la aceleración permanente hacia el abismo solo
conducía al suicidio y nosotros marchábamos inconscientemente hacia él. La
solución ha de pasar por no esperar a percibir la herida cuando ya sangra, a
lamentarnos de la metástasis cuando esta ya es un hecho, sino en estar alerta a
la aparición de las células malignas cuando “inocentemente” quieren instalarse
en nosotros y en nuestra sociedad, percibir que no hablamos de tecnicismos,
hablamos de avaricia; percibir la condescendencia con la que la hemos tratado,
la laxitud moral con la que nos hemos comportado; que la solución sí nos ha de
afectar a todos, que no nos han de valer los viejos decorados en los que esta
se movía como pez en el agua, que ha de ser mayor nuestra exigencia y mayor
nuestro compromiso; que a esta solución hay que ponerle nombre: redistribución
de los recursos, jerarquía de prioridades, desarrollo humano, economía del decrecimiento.
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