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martes, 8 de mayo de 2012

DONDE ESTÁ LA VIDA


A mi querida amiga Mari Loly, donde está la vida.
Una de las ideas centrales del discurso que los gestores de la crisis insisten en transmitir y que puede que, poco a poco, vaya calando, es la paradoja de que para lograr mantener los beneficios sociales de un sistema se hace necesario desmontar esos beneficios, que para mantener lo esencial es necesario irlo cercenando y mantener intacto lo que no es esencial.  Una paradoja que podría tener su sentido si estuviéramos hablando de la necesidad de una cirugía para mantener y mejorar la funcionalidad del cuerpo, pero que resulta incongruente si el proceso que se percibe y asume es el de la progresiva amputación de sus miembros.
La crisis lo es todo, parece serlo todo, no hay espacio salvo para la crítica y el lamento, para la condena o la claudicación, pero siempre estrechando el círculo de la unidimensionalidad. La política seudopaternalista del ninguneo parece surtir efecto, solo es por nuestro bien, a nadie le duele más hacerlo que al padre. El nuevo despotismo ilustrado, del todo para el pueblo pero sin el pueblo al todo para pueblo pero contra el pueblo, hace su efecto con el autoninguneo, el síndrome social de Cotard, no somos nadie, nos queda llorar o quejarnos pero acatar, aceptar a regañadientes la actuación del padre y sus justificaciones. Y hace su efecto en las anteojeras con las que nos hace mirar la vida, no hay mirada para nada más, las reglas del juego las marcan ellos, ellos ponen la pelota y los demás cabalgamos tras ella; nos ponen en la cabeza el laberinto sobre el que obsesionarnos, establecen en qué consiste la crisis y cuál ha de ser su recorrido, la preocupación en la que debemos centrarnos y qué es lo que queda fuera de los límites del campo de juego. Y fuera queda la mayor parte de la vida.
La crisis no es solo, ni mucho menos, un problema económico que se pueda resolver con unos cuantos “ajustes” técnicos, la crisis lo es de un sistema, es decir, de un modo de vida, es decir, de un modo de ser persona. Y esas anteojeras nos alejan de ese núcleo, nos aleja de donde está la vida. Es decir, lamentablemente la crisis es mucho más y afortunadamente es mucho más. No aceptar las anteojeras no es minusvalorar el factor político, es rebelarse contra ese reduccionismo, se trata de no aceptar la unidimensionalidad, de abrir la mirada hacia otras alternativas. Ir más allá del homo faber para el que el trabajo es un fin, para alcanzar de verdad el homo sapiens, capaz de recrear la realidad y en esa recreación se hallará también el homo ludens, capaz de jugar y leer la vida con humor, el poéticus y simbólicus, capaz de mirar la propia vida desde todas las dimesiones posibles,  y con todo ello, el socialis y el animal político capaz de relacionarse y encontrar el sentido de su vida en ese ser social. Es tomar conciencia de que las cosas no volverán a ser como eran, no deben volver a ser como eran, no sería justo; y la crisis es la oportunidad para recrear la realidad, para recrearnos a nosotros.
Y ese recrear la realidad, ese recrearnos, es acudir a donde está la vida, donde se encuentra lo mejor de la vida. Y lo más bello de la vida, paradójicamente se encuentra en los que sufren, por el dolor físico, por la humillación moral, por la injusticia social, y que aún así son capaces de mantener un nivel de dignidad humana difícilmente alcanzable para el resto.
Está la vida donde está el humor, capaz incluso de reírse de uno mismo, descomponiendo con risas la oscuridad de los golpes que se reciben, utilizando el arma de la ironía como resistencia ante el desprecio y la vejación.
Donde se mantiene la capacidad de indignación y rebeldía sin llegar a verse doblegado por el menoscabo de la entereza humana como consecuencia de los puñetazos recibidos. Donde se conserva la nobleza y el orgullo a pesar de las continuas afrentas recibidas desde la sociedad.
Allí donde el rencor crónico no tiene cabida, donde uno no maldice continuamente la vida a pesar de verse zarandeado por ella, donde uno no se encuentra enemistado con sus habitantes buscando la culpabilización incluso de los inocentes.
En los que el padecimiento les supone un plus de empatía hacia los demás, de sintonía con los que son maltratados por la vida o por los otros. Los que solo viven ese “los otros” respecto a esos cuyo único afán es el de levantar murallas y no tender puentes, abanderados de la segregación para fortalecer su identidad. Esos siempre serán otros, ajenos, extraños a su sentido de la humanidad que los varapalos de la vida ha ido desarrollando.
La vida habita en la sensibilidad, en la capacidad para percibir sensaciones, estímulos, por pequeños que sean, En la tendencia natural de algunas personas a sentir emociones, sentimientos y en la capacidad de entender y sentir ciertas manifestaciones, como el arte. Tener abiertos los poros de la piel a todo tacto, la mirada crítica y cercana, el paladar capaz de saborear dulzura y amargor. Ser un radar siempre presto a detectar lo que ya es y lo que está germinando.
La vida está en quien acoge, en quien convierte sus brazos doloridos en raíces sobre las que crecer, en nido en el que desarrollarse y lo hace con el débil y el pequeño, con el desahuciado, con el expatriado. En quien es padre, madre y amigo para la diversidad y la diferencia.
La vida está en la autenticidad. Vivimos en una sociedad de escaparate y consumo. Todo se vende, todo se compra. Todo es producto de mercado, suficientemente elaborado y retocado para que sea adquirido. Nos exponemos en el escaparate a la espera de ser elegidos, elegimos aquello que nos permita permanecer dentro del círculo de escaparate y consumo. Todo es mercancía, también nosotros. Todo se descompone, todo se corrompe y es cuando nos hundimos atrapados en esa ciénaga. La vida está en la verdad, no en la farsa; desprovista de maquillaje se muestra como es, con el sufrimiento y los años, con arrugas y con heridas, con parches y remiendos, los cimientos sobre los que construir y construirse. La búsqueda de la belleza es, en primer lugar, un problema ético.
La vida continúa durante la noche, pero no se acaba con la noche; continúa durante la tormenta, pero no se acaba con la tormenta; continúa en el invierno, pero no se acaba con el invierno; y permanece en la noche gracias a quien sabe que llegará el amanecer, y permanece en la tormenta gracias a quien tiene la certeza de que escampará, y se mantiene durante el invierno sabiendo que llegará la primavera; y así vive, con esa convicción, aunque pudiera ser posible que no alcance a ver la luz del sol, ni disfrutará del cielo limpio de nubes ni contemplará el brotar de las flores. No importa, dejará la casa para que, aún así, entren en ella los rayos de la mañana, el aire limpio que la lluvia ha dejado y se esparzan los aromas de esas flores.
Estamos ante la crisis de un sistema y lo es también de sus engranajes, es decir, nosotros. Salir de la crisis de ese sistema es buscar la salida de la crisis personal de todos y cada uno de sus engranajes. De no ser así cualquier solución será ficticia. Sin miedos, sin complejos, con la conciencia certera de que muchas personas pequeñas (nosotros), en lugares pequeños (los nuestros), haciendo pequeñas cosas, pueden cambiar el mundo. Se trata, para agilizar ese cambio, de trabajar en red desde ese espíritu de la vida humorística, poética, sensible, acogedora, auténtica, lejos de lo políticamente correcto y, fundamentalmente, bondadosa. Se trata de acudir a la esencia del cambio, a lo prioritario. La verdadera revolución.  La mayor venganza contra la crisis es la bondad… y después la rebeldía.

1 comentario:

  1. Inteligente y profunda reflexión. No puedo agregar nada, tan solo decir que un maestro nunca deja de serlo. Su obra se multiplica geométricamente, su palabra se dispersa una vez que fue entregada... y se transmite en los que seguirán aprendiendo.
    Si pudieras ver a tus discípulos, encontrarías en ellos los gestos de aquelllo que el amor permitió compartir.

    Acabo de descubrir tu blog, espero que estés bien.

    Un abrazo.

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