A mi querida
amiga Mari Loly, donde está la vida.
Una de las
ideas centrales del discurso que los gestores de la crisis insisten en
transmitir y que puede que, poco a poco, vaya calando, es la paradoja de que
para lograr mantener los beneficios sociales de un sistema se hace necesario
desmontar esos beneficios, que para mantener lo esencial es necesario irlo
cercenando y mantener intacto lo que no es esencial. Una paradoja que podría tener su sentido si estuviéramos
hablando de la necesidad de una cirugía para mantener y mejorar la
funcionalidad del cuerpo, pero que resulta incongruente si el proceso que se
percibe y asume es el de la progresiva amputación de sus miembros.
La crisis lo
es todo, parece serlo todo, no hay espacio salvo para la crítica y el lamento,
para la condena o la claudicación, pero siempre estrechando el círculo de la
unidimensionalidad. La política seudopaternalista del ninguneo parece surtir
efecto, solo es por nuestro bien, a nadie le duele más hacerlo que al padre. El
nuevo despotismo ilustrado, del todo para el pueblo pero sin el pueblo al todo
para pueblo pero contra el pueblo, hace su efecto con el autoninguneo, el
síndrome social de Cotard, no somos nadie, nos queda llorar o quejarnos pero
acatar, aceptar a regañadientes la actuación del padre y sus justificaciones. Y
hace su efecto en las anteojeras con las que nos hace mirar la vida, no hay
mirada para nada más, las reglas del juego las marcan ellos, ellos ponen la
pelota y los demás cabalgamos tras ella; nos ponen en la cabeza el laberinto
sobre el que obsesionarnos, establecen en qué consiste la crisis y cuál ha de
ser su recorrido, la preocupación en la que debemos centrarnos y qué es lo que
queda fuera de los límites del campo de juego. Y fuera queda la mayor parte de
la vida.
La crisis no
es solo, ni mucho menos, un problema económico que se pueda resolver con unos
cuantos “ajustes” técnicos, la crisis lo es de un sistema, es decir, de un modo
de vida, es decir, de un modo de ser persona. Y esas anteojeras nos alejan de
ese núcleo, nos aleja de donde está la vida. Es decir, lamentablemente la
crisis es mucho más y afortunadamente es mucho más. No aceptar las anteojeras
no es minusvalorar el factor político, es rebelarse contra ese reduccionismo,
se trata de no aceptar la unidimensionalidad, de abrir la mirada hacia otras
alternativas. Ir más allá del homo faber para el que el trabajo es un fin, para
alcanzar de verdad el homo sapiens, capaz de recrear la realidad y en esa
recreación se hallará también el homo ludens, capaz de jugar y leer la vida con
humor, el poéticus y simbólicus, capaz de mirar la propia vida desde todas las
dimesiones posibles, y con todo
ello, el socialis y el animal político capaz de relacionarse y encontrar el
sentido de su vida en ese ser social. Es tomar conciencia de que las cosas no
volverán a ser como eran, no deben volver a ser como eran, no sería justo; y la
crisis es la oportunidad para recrear la realidad, para recrearnos a nosotros.
Y ese recrear
la realidad, ese recrearnos, es acudir a donde está la vida, donde se encuentra
lo mejor de la vida. Y lo más bello de la vida, paradójicamente se encuentra en
los que sufren, por el dolor físico, por la humillación moral, por la
injusticia social, y que aún así son capaces de mantener un nivel de dignidad
humana difícilmente alcanzable para el resto.
Está la vida
donde está el humor, capaz incluso de reírse de uno mismo, descomponiendo con
risas la oscuridad de los golpes que se reciben, utilizando el arma de la ironía
como resistencia ante el desprecio y la vejación.
Donde se
mantiene la capacidad de indignación y rebeldía sin llegar a verse doblegado
por el menoscabo de la entereza humana como consecuencia de los puñetazos
recibidos. Donde se conserva la nobleza y el orgullo a pesar de las continuas
afrentas recibidas desde la sociedad.
Allí donde el
rencor crónico no tiene cabida, donde uno no maldice continuamente la vida a
pesar de verse zarandeado por ella, donde uno no se encuentra enemistado con
sus habitantes buscando la culpabilización incluso de los inocentes.
En los que el
padecimiento les supone un plus de empatía hacia los demás, de sintonía con los
que son maltratados por la vida o por los otros. Los que solo viven ese “los
otros” respecto a esos cuyo único afán es el de levantar murallas y no tender
puentes, abanderados de la segregación para fortalecer su identidad. Esos
siempre serán otros, ajenos, extraños a su sentido de la humanidad que los
varapalos de la vida ha ido desarrollando.
La vida habita
en la sensibilidad, en la capacidad para percibir sensaciones, estímulos, por
pequeños que sean, En la tendencia natural de algunas personas a sentir
emociones, sentimientos y en la capacidad de entender y sentir ciertas
manifestaciones, como el arte. Tener abiertos los poros de la piel a todo
tacto, la mirada crítica y cercana, el paladar capaz de saborear dulzura y
amargor. Ser un radar siempre presto a detectar lo que ya es y lo que está
germinando.
La vida está
en quien acoge, en quien convierte sus brazos doloridos en raíces sobre las que
crecer, en nido en el que desarrollarse y lo hace con el débil y el pequeño,
con el desahuciado, con el expatriado. En quien es padre, madre y amigo para la
diversidad y la diferencia.
La vida está
en la autenticidad. Vivimos en una sociedad de escaparate y consumo. Todo se
vende, todo se compra. Todo es producto de mercado, suficientemente elaborado y
retocado para que sea adquirido. Nos exponemos en el escaparate a la espera de
ser elegidos, elegimos aquello que nos permita permanecer dentro del círculo de
escaparate y consumo. Todo es mercancía, también nosotros. Todo se descompone,
todo se corrompe y es cuando nos hundimos atrapados en esa ciénaga. La vida
está en la verdad, no en la farsa; desprovista de maquillaje se muestra como
es, con el sufrimiento y los años, con arrugas y con heridas, con parches y remiendos, los cimientos
sobre los que construir y construirse. La búsqueda de la belleza es, en primer
lugar, un problema ético.
La vida continúa
durante la noche, pero no se acaba con la noche; continúa durante la tormenta,
pero no se acaba con la tormenta; continúa en el invierno, pero no se acaba con
el invierno; y permanece en la noche gracias a quien sabe que llegará el
amanecer, y permanece en la tormenta gracias a quien tiene la certeza de que
escampará, y se mantiene durante el invierno sabiendo que llegará la primavera;
y así vive, con esa convicción, aunque pudiera ser posible que no alcance a ver
la luz del sol, ni disfrutará del cielo limpio de nubes ni contemplará el brotar
de las flores. No importa, dejará la casa para que, aún así, entren en ella los
rayos de la mañana, el aire limpio que la lluvia ha dejado y se esparzan los
aromas de esas flores.
Estamos ante
la crisis de un sistema y lo es también de sus engranajes, es decir, nosotros.
Salir de la crisis de ese sistema es buscar la salida de la crisis personal de
todos y cada uno de sus engranajes. De no ser así cualquier solución será
ficticia. Sin miedos, sin complejos, con la conciencia certera de que muchas
personas pequeñas (nosotros), en lugares pequeños (los nuestros), haciendo
pequeñas cosas, pueden cambiar el mundo. Se trata, para agilizar ese cambio, de
trabajar en red desde ese espíritu de la vida humorística, poética, sensible,
acogedora, auténtica, lejos de lo políticamente correcto y, fundamentalmente, bondadosa. Se trata de acudir a la
esencia del cambio, a lo prioritario. La verdadera revolución. La mayor venganza contra la crisis es la
bondad… y después la rebeldía.
Inteligente y profunda reflexión. No puedo agregar nada, tan solo decir que un maestro nunca deja de serlo. Su obra se multiplica geométricamente, su palabra se dispersa una vez que fue entregada... y se transmite en los que seguirán aprendiendo.
ResponderEliminarSi pudieras ver a tus discípulos, encontrarías en ellos los gestos de aquelllo que el amor permitió compartir.
Acabo de descubrir tu blog, espero que estés bien.
Un abrazo.