El transcurrir de la vida hace que, inevitablemente, conforme uno se acerca a su final esta sea cada día mucho pasado y escaso futuro. La vida entonces son recuerdos, momentos y nombres de un ayer que cada día se va haciendo más presente especialmente cuando tu vida es quietud, entonces, incluso tú; eres ya recuerdo.
No es necesario escarbar mucho en el ayer a la búsqueda para rememorar las huellas que han quedado en ti porque son estas las que parecen ir en tu busca. Huellas unas dolorosas y otras gratas. A veces el dolor es la puerta que te da paso a la felicidad, al menos siempre te queda la duda si la puerta que hubieras elegido gustosamente te hubiera dado paso a la felicidad. La vida es una mezcla de azares en un mapa de miles de caminos que se bifurcan. En la vida hay millones de posibilidades, circunstancias en las que nos movemos y que nos forman. Como decía Ortega “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. No tengo otra cosa que hacer que revisar esas circunstancias y no las personas que me acompañaron, personas de las que en muchos casos solo quedan sus nombres y la imagen, imagen que en ocasiones sólo te queda en el corazón, en una huella emocional de una persona con la te resulta imposible volverte a encontrar. Huellas, rostros, nombres.
Amigos y amigas de mi adolescencia, el inicio de mi socialización y de mis aciertos y errores, la mayoría de ellos provocados por la timidez que enmudecía mis sentimientos más personales y frenaba también los pasos más corporales. Fue el tiempo de mi primer amor y de los sentimientos intensos que se viven en aquellos años y te acompañan allá donde vayas. Un tipo de sentimientos que hoy añoras, intensos, una intensidad que fácilmente pasaba de la amargura al gozo, una montaña rusa en la que difícilmente uno hubiera podido soportar toda una vida.
Tus amigos y amigas que han estado contigo desde los primeros años de juventud y de los que algunos, lamentablemente, ya han fallecido. Amigos y amigas con los que he crecido y me he formado, que me han acompañado en momentos críticos y me han ayudado a irlos superando. Yo no sería el que soy sin ellos.
Amigas que están aquí a partir de esta última fase de mi vida, fase en la que la amistad se ha ido fraguando, en buena medida, con las nuevas tecnologías. Son distintas maneras de establecer relación en la que la distancia es prácticamente inevitable, pero que, de alguna manera, satisface las necesidades de un Segismundo encerrado en su casa. Y una amistad de los años de la adolescencia que he podido recuperar de verdad en estos años críticos, una amistad en la que la cercanía se percibe aún en la distancia, en la que se percibe de una manera clara el cariño, una amistad con banda sonora de jazz, árbol en el que se ramifican otros nombres.
Alumnos y alumnas de colegios por los que he ido pasando y de los que he recibido más de lo que yo di y que en algún caso puede que haya dañado, aunque haya sido sin querer: Daimiel, Carrión de Calatrava, Dosbarrios, Torralba de Calatrava. Alumnado que incluso muchos años después me ha regalado felicidad. Amistad que no sólo se ha quedado en parte de ese alumnado, sino que también ha ido más allá, hacia alguna madre y algún compañero y compañera que han dejado huella profunda:
Dos mujeres con las que conviví sólo unos días pero que sus nombres quedaron grabados en mí para el resto de mi vida. Fueron días de expresión corporal. El cuerpo es capaz de expresar lo que a menudo no eres capaz de hacerlo con palabras. Tiempos en los que todavía era capaz de trabajar y disfrutar con la expresión corporal, momentos en los que el cuerpo se libera y eres feliz. Uno de esos recuerdos supo a poco, fuera de ese espacio y tiempo el cuerpo vuelve a quedar adormecido, yerto.
Y los cuidadores de esta última fase de mi vida, cuidadores con los que entró la vida, que fueron desmintiendo prejuicios, gais, de familia problemática, africanos de raza negra, musulmanes, sudamericanos, de profesiones dispares, a los que, afortunadamente, nunca pusimos negativa. Trabajadores que hoy son amigos y que trajeron alegría y cariño en unos años de teórica tristeza.
Y, por supuesto, mi familia. Es una evidencia que yo sería
otro sin ella. El que soy se fue formando
desde el vientre de mi madre. Me hubiera gustado ser otro, diferente en muchos
aspectos de mi vida, como distintas fueron algunas de las circunstancias en las
que fui creciendo. Pero supongo que esto es deseo de todo el mundo. Mi familia.
En especial, cómo no, mi mujer y mis hijos, mi raíz, tallo y hojas, aquellos
que me han hecho ser, por los que todavía estoy, a los que es difícil querer más,
aunque seguramente, mejor.
Nombres de mi memoria afectiva, que me han acompañado siempre, que han ido
construyendo mi arquitectura emocional. La argamasa que me ha ido dando forma,
a veces con golpes muy duros pero que hicieron posible la profundidad a la que
he podido llegar, si es así, y la sensibilidad, si la tengo. No puede uno ni
debe renegar de ninguno de ellos, en este punto de la vida al que uno llega, si
es necesario, debe perdonar o ser perdonado. A cada una de estas debo el ser
quien soy. Todo lo que soy, lo bueno y lo malo, aquello que he sido y que hoy
soy, es fundamentalmente producto mío, también de mis circunstancias pero sobre
todo mío.
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