No es Pedro Sánchez santo de mi
devoción, como, ni mucho menos, lo es Quim Torra, personaje xenófobo y
supremacista por mucho que él intente defenderse de estas acusaciones.
Considero a los nacionalismos, todos los nacionalismos, ideologías que también
pueden calificarse como tales, cargadas de emociones y no de racionalismo. Creo
que en el mundo de hoy, globalizado, querámoslo o no, es necesario unir fuerzas
y no disgregarlas, por lo que creo que conviene establecer estados más grandes
y no más pequeños, con la certidumbre de que no hay un pueblo superior a otro,
los avances sociales se dan en función del partido que gobierna sea cual sea el
idioma con el que se apellida; en esa lógica consideraría un paso adelante una unión
con Portugal y sería un paso atrás para las dos partes la independencia de
Cataluña. Veo necesario este preámbulo para poder matizar mi discurso antes de
ser quemado en alguna de las hogueras que tan fácilmente se prenden en este
país de sangre caliente y de ese deseo pirómano no se salva ninguna de las
partes en conflicto, yo, después de esta lectura, podría ser quemado con el
correspondiente festejo en cualquiera de ellas. Para este domingo, 10 de
febrero, ya hay convocada una hoguera en Madrid. ¡Mas madera!, empiezan a gritar.
Hogueras que ya han ardido en Cataluña. ¡Más madera! siguen allí gritando. En
ambos lugares hay una parte que se apropia de la defensa de la totalidad
excluyendo a aquellos que no marchan al compás de sus tambores, arriba se les
niega el derecho a existir, abajo se les tacha de traidores, con esta idea como
bandera es convocada la citada manifestación en Madrid del día 10 en defensa de
España y en contra de sus traidores. No puede defenderse algo si no se ha
establecido con anterioridad un enemigo al que acusar del deseo de la
destrucción y a este enemigo ya se le ha puesto nombre. Se le puso mucho antes
de convocar con gran megafonía y redoblar de tambores la concentración y avance
del ejercito patrio, se le había condenado ya antes de establecer su delito. El
verdadero deseo es destruir a este para lo cual había que encontrar una razón
por irracional que fuera, cuanto más mejor y cuanto palabras más gruesas y descalificaciones
mayores mejor. Nos encontramos ante “el mayor felón “y “el mayor traidor” de
nuestra historia democrática. Recuerdo acusaciones similares de traición por negociar
con ETA y de rompepatrias por el deseo de ceder a las reivindicaciones de la
banda terrorista incluyendo la cesión de Navarra, acusaciones acompañadas de
multitudinarias manifestaciones y del apoyo en esa campaña de los medios de
comunicación. Esa supuesta traición finalizó en 2011 con el abandono de la
lucha armada por parte de ETA. Nadie pidió perdón por los insultos y mentiras,
sabían que esa necesidad de pedir perdón nadie se la iba a exigir y el
pretendido efecto ya estaba hecho.
Nadie puede traicionar a España
pues es un simple sustantivo que designa un territorio y como tal ni siente ni
padece, estos sentimientos solo los pueden tener la población que lo habita.
Territorio que con ese nombre tuvo su inicio, modificó ese espacio a lo
largo del tiempo y tendrá su final. Lo verdaderamente importante es que en todo
ese tiempo no se vierta sangre, que los conflictos se resuelvan mediante el
diálogo y la negociación, una sola gota de sangre es señal de fracaso de la
política y de los políticos. El escandalo montado por la aparición de la figura
del relator o por otras parecidas como coordinador o mediador ha puesto de
manifiesto la radicalidad de los convocantes que de manera callada parecen
entonar al unísono un viejo himno, “Por Dios, por la patria y el rey lucharon
nuestros padres. Por Dios por la patria y el rey lucharemos nosotros también “.
Ninguna de esas tres ideas merece que sea derramada una pizca de sangre por
ella y sin embargo parece que ambas partes desean que en algún momento las primeras
gotas sean vertidas, pretexto perfecto para hacer perfectamente visibles los
responsables y cargarse de una razón que les permita lanzarse “a por ellos”.
Ante esta situación el gobierno se encuentra atrapado en una pinza en la que
participan buena parte de los notables de su partido. Haya negociación o no el
juicio se ha realizado ya en ambas partes y el veredicto se encuentra listo
para que la condena sea ejecutada. La amenaza se cierne sobre todos.
Me gustaría vivir en un país
donde poder todos mirarnos a los ojos sin ira, donde admirar las diferencias y
disfrutar de ellas, donde las grandes acusaciones e insultos pudieran ir
quedando en el cesto de la ropa vieja, donde encontrarme cara al sol no ciegue
mi pensamiento ni donde sentarme por la noche a ver las estrellas corra el
riesgo de deslumbrarme por la falta de costumbre de valorar toda la belleza que
me rodea. Un país donde la fiesta nacional no tenga nada que ver con una guerra
y no me asfixie el ondear de las banderas que sean cuales sean siempre siento
contra mí. Un país que yo pueda llamar mío sin por ello arrebatárselo a otro, y
otro lugar que sus habitantes puedan llamar nación o país, como quieran, sin
que por eso yo deje de sentirlo como mío. Ya hay suficiente madera, ¿alguien quiere llevarse algo?
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