Cuando uno avanza por los sótanos
de la vida lo hace en la oscuridad, agarrándose a las paredes por temor a
tropezar y caerse y no ser capaz de levantarse. La vida en la oscuridad es también
en soledad y silencio, un silencio lleno de palabras, palabras que giran y giran en nuestro cerebro o
palabras que forman una tupida red de
ruido que va envolviendo nuestra cabeza y zarandeándola. Caminar a oscuras
genera una ansiedad que va incrementando la sensación de ahogo, solo nos puede
ir librando poco a poco encontrar nuestra luz interior, nuestra propia luz interior.
Somos por
encima de todo animales, seres que
traemos con nosotros desde nuestro inicio una, larga historia genética, la del cuerpo, la de la primera frontera con la
realidad que nos rodea, la epidermis, el
tacto. Somos seres que necesitamos ser tocados y tocados con sentido, intentando transmitir emoción, fundamentalmente
afecto y sexualidad, y si es posible las dos cosas juntas. No podemos
convertirnos en burbujas aisladas de lo más esencial de nuestra existencia,
hablo de las caricias, de los besos, de la posibilidad de hacer el amor, la
sorpresa de la primera vez y las lágrimas de emoción de la última. Recuerdos
que pretenden alimentarte pero que no bastan, el cuerpo no puede moverse pero
no deja de desear. Uno ayer buscaba pero hoy necesita ser buscado y esa
búsqueda también se realiza en penumbra. Quien vendrá hasta este cuerpo si algo
no lo ilumina, sin esa luz Interior, sin una llama titilando que oriente a la
otra persona a encaminarse hacia ti, cuerpo inútil y desvencijado que sólo es
capaz de llamar en la oscuridad. Quien vendrá hacia ti si aportas más
oscuridad, que será de ti sin los otros.
Llegarán
pero sólo de paso si tú conversación es superficial y vulgar, si lo que aporta
es barato, para mascar y escupir. Huirán de ti si solo transmites amargura y
negativismo. Si te encuentras en una ciénaga, quién
te encontrará, quién se atreverá contigo odioso sepulturero, si solo
generas oscuridad, paletadas de tierra, si acercarse a ti apaga toda claridad.
Las palabras son armas que pueden liberar o esclavizar, adentrar en la luz o en
las tinieblas, a ti o a los otros. Lo que salga de ti ha de hacerlo desde
dentro, cálido y luminoso, te hayes donde te hayes, aunque sea en las fronteras
de la vida. Quien se acerque a ti solo lo hará tras una senda de luz y calor,
de un fuego interno que es capaz de transmitirlo. Solo esa luz interior será
camino para ti y para ellos, la tentación
a seguir. Una vez se vaya agotando la llama y te hayas ganado el descanso,
apaga la luz y sal de la habitación .
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