Y extendió Moisés su mano
sobre el mar, e hizo Jehová que el mar se retirase por recio viento oriental
toda aquella noche; y volvió el mar en seco, y las aguas quedaron
divididas. Entonces los hijos de Israel entraron por en medio del mar,
en seco, teniendo las aguas como muro a su derecha y a su izquierda. Y
siguiéndolos los egipcios, entraron tras ellos hasta la mitad del mar, toda la
caballería de Faraón, sus carros y su gente de a caballo.
Aconteció a la vigilia de la mañana, que Jehová miró el campamento de los egipcios desde la columna de fuego y nube, y trastornó el campamento de los egipcios, y quitó las ruedas de sus carros, y los trastornó gravemente. Entonces los egipcios dijeron: Huyamos de delante de Israel, porque Jehová pelea por ellos contra los egipcios.
Y Jehová dijo a Moisés: Extiende tu mano sobre el mar, para que las aguas vuelvan sobre los egipcios, sobre sus carros, y sobre su caballería.
Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar, y cuando amanecía, el mar se volvió en toda su fuerza, y los egipcios al huir se encontraban con el mar; y Jehová derribó a los egipcios en medio del mar. Y volvieron las aguas, y cubrieron los carros y la caballería, y todo el ejército de Faraón que había entrado tras ellos en el mar; no quedó de ellos ni uno.
Aconteció a la vigilia de la mañana, que Jehová miró el campamento de los egipcios desde la columna de fuego y nube, y trastornó el campamento de los egipcios, y quitó las ruedas de sus carros, y los trastornó gravemente. Entonces los egipcios dijeron: Huyamos de delante de Israel, porque Jehová pelea por ellos contra los egipcios.
Y Jehová dijo a Moisés: Extiende tu mano sobre el mar, para que las aguas vuelvan sobre los egipcios, sobre sus carros, y sobre su caballería.
Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar, y cuando amanecía, el mar se volvió en toda su fuerza, y los egipcios al huir se encontraban con el mar; y Jehová derribó a los egipcios en medio del mar. Y volvieron las aguas, y cubrieron los carros y la caballería, y todo el ejército de Faraón que había entrado tras ellos en el mar; no quedó de ellos ni uno.
EXODO
El mesías
libertador dirigiendo a su pueblo hacia la tierra prometida, atravesando las
aguas del Mar Rojo. Vientos de mesianismo flotan a nuestro alrededor, aires de
mesías con los que algunos sueñan.
El principal
problema del mesías no se encuentra en él sino en el mesianismo, en nosotros,
en aquellos que confiamos ciegamente en él. El que creemos mesías no es sino un
ser humano y como tal, frágil, falible, mortal, perecedero. El que creemos
mesías no es Hijo de Dios, no existe palabra de Dios toda palabra es del
hombre, todo aquel que se haya proclamado su mediador o bien estaba loco o nos
ha engañado. Nadie es imprescindible, si a él le otorgamos esa consideración
nos consideramos prescindibles a nosotros mismos y somos nosotros, cada uno de
nosotros, los que somos necesarios, imprescindibles. Lo somos para dejar
nuestra huella, lo somos para asumir el complicado equilibrio de pensar por
nuestra cuenta, el riesgo de opinar, la insustituible necesidad de amar, la
difícil capacidad de compartir, la lucidez y valentía para situarse frente a la
masa, decir sí cuando todos esperan que digas no y no cuando todos esperan que
digas sí.
Si creemos a
alguien imprescindible todos somos prescindibles, pero es el medio, la
organización, la institución la que lo es. Si no es así el instrumento sustituye al hombre y
es a éste al que hay que sacrificar si es necesario. Convertir el medio en fin
es la gran estrategia embaucadora para situarse ellos en él. Es el hombre el
sacrificado para beneficio de algunos hombres.
Pero es cómodo
sentirse formando parte del pueblo elegido; nuestros límites se difuminan,
somos capaces de ignorar nuestra fragilidad, formar parte del pueblo elegido
supone creernos elegidos nosotros también. Uno puede formar parte del pueblo
pero no del elegido porque no existe tal. No hay pueblo elegido por el Altísimo,
pero sí el pueblo elegido por cada uno de nosotros. El pueblo a elegir es el
que nunca es elegido.
Sin embargo,
en una sociedad en la que reina la mediocridad más absoluta es muy difícil no
sentirse tentado por el mesianismo, creer en la posibilidad del libertador y de
la tierra prometida así como la necesidad de identificar al opresor y hacerlo
con facilidad, identificar al apestado al que hay que mantener cuanto más lejos
mejor. En esa situación es fácil otorgar la calidad de mesías a lo más vulgar y
mezquino y de tierra prometida a una estampa que es más de lo mismo aunque
cargada con nuestros sueños. No hay mesías que valga si nosotros no somos
libertadores ni hay libertad sin cadenas que nos exijan serlo permanentemente.
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