¿Cómo
descubrir las grandes personas? Llevan su enormidad escondida en algún bolsillo
de su ropa y raramente se atreven a mostrarla, ocultan su lámpara bajo el
celemín que entre todos les hemos colocado, pero, silenciosamente, dan un paso
hacia delante cuando el resto lo dan hacia atrás, abren sus brazos cuando los
demás se encuentran preocupados en cerrar sus puños y sus lágrimas resbalan por
su rostro en un llanto que queda ahogado por las carcajadas de la inmensa
mayoría. La vida no es un cuento pues en ella los zapatos de cristal verdaderos
son hurtados por la llamada gente despierta y las cenicientas muy
ocasionalmente abandonan su lúgubre labor. Pero las auténticas princesas se
encuentran de fregonas limpiando los suelos de rodillas o andan quitando cacas
y mocos; muy raramente, por no decir casi nunca, tienen título de infantas o
son estrellas de la televisión. A
la cenicienta, en la vida real, o no se le deja entrar a palacio o se encuentra
en su casa de vuelta a la fuerza mucho antes de las doce de la noche. Y, sin
embargo, uno se puede sentar ante ellas y dejarse bañar por su sonrisa a pesar
del dolor acumulado y sentirse alegremente dependiente porque sabe que con ella
siempre podrá alumbrar el sol al final del túnel.
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