Envuelto en la
bandera se sentía el líder de todo un pueblo, su mesías. Las promesas que le
nacían de su boca las sentía como hechos incontestables que marcarían la
historia y que estarían asociados a su nombre para la eternidad. Un pueblo que
se sentía cada vez más sujeto protagonista de esa historia en la medida en la
que se veía envuelto en esa bandera y se disolvía en ella. No le importaba
desaparecer en ese magma si a cambio se veía formando parte de un colectivo que
le otorgaba la razón de ser que siempre había echado en falta. Se sentía no
sólo escribiendo el futuro sino también reescribiendo el pasado de su comunidad
y de la enemiga. Una no puede crecer sin que crezca también la estatura de su
antagonista para tener un rival al que oponerse. En ese rival, otro también
envuelto en su bandera se sentía el dique que frenaría esas ansias
liquidacionistas, la historia también le había elegido a él para esa labor y lo
había recubierto, por la gracia de Dios, de los colores que la genética le
había negado. Otro pueblo envuelto en sus banderas clamando justicia divina.
Pero los vítores y el clamor para el combate que enardecían a las dos partes no
podían ocultar la realidad aunque pocos la vieran, debajo de las banderas se
encontraban en cueros, estas sólo
servían para tapar sus miserias corporales.
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