Detrás de toda fachada resplandeciente
siempre puede haber habitaciones oscuras. Detrás de todo rostro radiante
siempre puede haber una lágrima en el fondo de la mirada.
La batalla a librar contra una
enfermedad crónica, y más si es degenerativa (la esclerosis múltiple en mi
caso) dura toda una vida y deja pocos resquicios para la victoria. La derrota
del cuerpo es casi segura, solo queda la consolación de alcanzar esa victoria
en forma de resistencia, no abandonarse al desaliento, mantener la capacidad de
soñar y de esperar, descubrir entre los escombros en los que tu cuerpo se va
convirtiendo la mirada sensible y el gesto tierno. Pero nada de eso puede
ocultar el vencimiento de tu cuerpo, el desbaratamiento de la parte física que
fuiste, la pérdida de la vida que suponía. Nada puede evitar que entre esa
resistencia que parece llenar todo tu tiempo, se dé la existencia de momentos, secretos a veces, públicos
otras de abandono a ese desaliento contra el que peleas y en los que, de entre
los escombros, puede aparecer, aunque sea brevemente, ese tú que más detestas.
Es así, lo pequeño permanece
dentro de lo grande, lo triste dentro de lo alegre, lo frágil dentro de lo
fuerte, el silencio dentro del alboroto, el temor dentro de la valentía, lo
oscuro dentro de lo claro, la ansiedad dentro de la calma, la duda dentro de la
certeza, la muerte dentro de la vida. El pequeño animal tembloroso a la espera
del siguiente golpe. El puro y simple miedo, ese soy yo en algunos momentos.
Es así, tengo miedo de decir
basta y tengo miedo de no poder decir basta
Miedo de no ser dueño de mí.
Miedo de llegar a ser un simple
objeto de compasión.
Miedo de convertirme en piedras
en el camino de los demás. Una traba que respira.
Miedo de llorar y miedo de no
poder llorar.
Miedo del orgullo y miedo de la
sumisión.
Miedo del laberinto en el que
repetir una y otra vez las mismas nadas. Miedo del callejón sin salida del que,
pase lo que pase, no poder huir.
Miedo del tiempo, de su
transcurrir y de que se detenga.
Miedo de la soledad y de la
compañía.
Miedo de convertirme en la
disyuntiva, el ser o no ser de otros.
Es la realidad de las muñecas
rusas. Siempre hay un yo dentro de otro yo, la clave es quién contiene a quién.
Espero que en mí caso sea la fortaleza quien contenga a la fragilidad y no a la
inversa y sea la conciencia de esa fragilidad la que vaya fraguando la
fortaleza y con ella la ocasión para la alegría, la calma, la felicidad, la
vida conteniendo a la muerte; y no abandonarse a la existencia de un tejido
necrosado que te va gangrenando todo. Nada puede impedir la existencia de esos
momentos en los que muestras tu cara más débil, nada debe impedirlo. Aceptarlos
es, de alguna manera, exorcizarlos, reducir su poder, ponerlos en su sitio,
liberar las fuerzas destructivas que hay en tu interior, reconocerte y
permitirte vivir en todas tus contradicciones, en toda tu complejidad,
permitirte vivir sabiendo que el miedo te acompaña siempre pero que se hace
fuerte solo en eso, en momentos.
No conozco mucho acerca de esta enfermedad, pero tus palabras me han marcado. Este texto me ha emocionado de verdad, entender un poco mas como se siente una persona con una enfermedad degenerativa ayuda a plantearte las tonterías de las que nos quejamos las personas sanas al día a día. Espero que puedas llevarlo lo mejor posible, y que sigas usando la escritura como recurso para evadirte un poco de todo lo que estas pasando.
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