Somos una caótica mezcla de azares desde el mismo inicio de nuestra existencia. Ese espermatozoide que, en una loca carrera entre millones llena de obstáculos y trampas, consiguió fecundar al óvulo. Ese espermatozoide y ese óvulo también son mezcla del azar, una pequeña renuencia de la hembra que pospusiera el coito, una llamada de teléfono, una ligera complicación en el macho. Toda esa concatenación de azares que desembocó en ese instante y de esa manera es lo que hicieron posible el encuentro de ese óvulo y de ese espermatozoide. Cualquier mínimo cambio en ese eslabonamiento habría cambiado esos protagonistas y yo no sería yo y tú no serías tú.
Par o impar. Soy o no soy.
Toda nuestra vida es una amalgama de azares, a menudo oscuros, en otras ocasiones, las menos, luminosos; dolorosos y placenteros, esperanzados y descorazonadores. Una masa de eventualidades sobre la que nos vamos moldeando nosotros y nuestro entorno. Casualidades generando constantemente su efecto mariposa que nos lleva a un suceder errático escondido tras una apariencia de lógica. Contingencias que se convierten en causalidades: elegir aquella vivienda, obtener aquella nota en selectividad, coincidir en aquel grupo, escoger aquella calle, aquel hotel, aquella noche, aquella cena, aquel trabajo, aquella silla.
Par o impar. Soy o no soy.
Es el azar también el que me trajo aquí, a esta habitación de hotel, con esta cama ligeramente desecha y esta televisión por la que desfilan imágenes sin sonido, con esta ventana que da a un patio interior oscuro y deteriorado, con esta soledad que me acompaña. Fue el azar, el maldito azar el que hizo que ella encontrara, casualmente, aquella carta que yo no recordaba su existencia. De una existencia pasada y que, no obstante, de repente volvió a hacerse presente de sopetón, crudamente, en aquel gesto descompuesto, en aquella crispación en sus ojos. Aquellas palabras enajenadas que dejaban en evidencia mis vergüenzas, escritas con frenesí, con delirio, de un yo que deseaba y del que quería escapar.
Par o impar. Soy o no soy.
Palabras que dinamitaron mi existencia. Ese pasado sufriente con el que ya me encontraba en calma, ese pasado de azares que me regaló un plácido presente en el que ya me había perdonado, un presente delicioso y delicado que no me había merecido y, sin embargo, me fue otorgado gratuitamente Un presente de nombres propios que me han sido arrancados y que constantemente anhelo su vuelta. Es por eso por lo que me encuentro con la vista fija en ese teléfono que no suena y en esa puerta a la que no llaman.
Par o impar. Soy o no soy.
En dos de las habitaciones que puedo ver desde mi ventana observo que se encuentran dos hombres también solos. ¿Qué azares les habrán llevado hasta allí? ¿Qué aguardarán? ¿A qué esperan? ¿A quién? ¿Qué puntos de unión existirán en nuestras vidas? ¿Se habrán cruzado anteriormente? ¿Cuántas encrucijadas encontré en mi vida? ¿Qué caminos desperdicié? ¿Qué pudo ser de mí? Quizá un yo al que no reconocería delimitado por otras fronteras.
Par o impar. Soy o no soy.
Sigo con la mirada clavada en el teléfono. Quiero creer que sonará cuando cuente hasta diez, o hasta cincuenta, o hasta cien. Quiero pensar que si vuelvo a oír el sonido de una persiana que se levanta en los próximos diez minutos será buena señal, el teléfono sonará. Pero no. Que si soy capaz de aguardar otros diez minutos tendido en la cama, con los ojos cerrados y los abro y miro la hora del reloj pasado ese tiempo, alguien llamará a la puerta. Pero no. Lanzo esa moneda al aire y si sale cara todo acabará. Pero no. Y si lanzo este dado…
Impar. No soy.
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