No hay educación sin encuentro.
No hay educación si frente a frente están personas ficticias, simulacros de verdad. No hay encuentro si ambas partes andan escondidas entre máscaras. El proceso educativo lucha por penetrar el caparazón, a veces puede uno dudar si existe tal proceso educativo. No es posible ese proceso en el No Lugar en el que corremos el riesgo de ir convirtiendo nuestros centros. Que no nos afecte lo que allí pasa. Que el reloj corra deprisa. En el juego de apariencias la educación es humo que se disipa rápidamente al abrir las puertas. Es por eso por lo que se hace cada vez más necesario recuperar los lugares de encuentro verdaderos, aquellos donde las emociones entretejen lazos, donde uno puede manifestarse con la tranquilidad de no ser juzgado o prejuzgado, donde es posible iniciar redes de colaboración, donde caen las máscaras y se dejan salir las pasiones que contagian.
El no lugar
Un "no-lugar" es un término arquitectónico utilizado para designar esos lugares en donde no hay identidad, ni vínculos directos entre el que lo ocupa y el lugar mismo. Un espacio donde eres anónimo, donde nada te afecta.... generalmente se vincula mucho con los centros comerciales. ¿Corren el riesgo los centros educativos de derivar hacia ese tipo de espacios? ¿Qué identidad tenemos? ¿Cuál es su historia? ¿A quién importa? Una historia hecha a base de momentos de paso, de días que pueden prolongarse en años. ¿Qué vínculos? ¿Qué afectos? ¿Qué referencia suponen para nuestra vida cultural y emocional? No eres ya un simple número, ¿pero importa tu vida o se mantiene en la densa niebla del anonimato? ¿Caminamos hacia centros comerciales expendedores de créditos educativos? Trabajar las competencias no puede quedar reducido a un nuevo trámite administrativo que nada cambie. y, mientras tanto, las personas van y vienen, desarrollan gran parte de su vida allí y sólo están deseando olvidar. Salir de allí y olvidar, que suene el timbre, que me llegue la edad y olvidar. El no lugar.
¿INOCENTES O CULPABLES?
La realidad no nos satisface del todo. Incluso, a menudo, no nos satisface nada. El eterno descontento nos persigue, nos agobia, nos atrapa. ¿Y nosotros, que pintamos en esa realidad? La respuesta puede realizar un recorrido desde la ansiedad hasta el resentimiento, es el camino desde el sentimiento de culpabilidad hasta el de inocencia. Paralizados por el primero, desencantados por el segundo, los dos confluyen en un mismo diagnostico: inmadurez, la del niño que aterrado espera el castigo o la del que se perpetúa en la eterna inocencia, la tentación de la inocencia que siempre echa la culpa a otros. Los culpables siempre son ellos. ¿Y nosotros, pasmarotes al mando de oficiales ciegos, inútiles ante la realidad? Quizá la trampa estribe en la propia pregunta. No hemos cometido delito pero tampoco podemos negar nuestra participación en los hechos. Ni culpables ni inocentes, sí responsables. Esa es la madurez, asumir la cuota de responsabilidad que nos corresponda, y saber que una persona, en cualquier lugar marca la diferencia, hace la realidad, en algún grado, diferente; y que el viaje de miles de kilómetros comienza con un solo paso, ese paso, grande o pequeño, en la dirección adecuada, que está a nuestro alcance y que solo nosotros somos responsables de haber dado o no.
CASANDRA Y LA EDUCACIÓN (2)
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