Amaneció un nuevo día
envuelto en la nube de todos los días.
Se dolió de un hueco en el abdomen,
como le dolían todos los huecos sin rostro.
Sorbió una lágrima que resbalaba,
como hacía con todas sus mutiladas lágrimas
sin advertir
que entre sus párpados alumbraba el cielo,
que en sus labios germinaba un beso interminable,
que en las axilas florecían sonrisas,
que sus pechos ya estaban amamantando libertad,
que por su espalda ascendían camelias trepadoras,
que de sus costados brotaban ríos de risa,
que por su vientre se derramaba un bello bálsamo
que ahuyentaba nubes,
rellenaba huecos,
enjugaba lágrimas;
sin advertir
que esa noche
una madre titilaba al final del pasillo.
Se creía un cuerpo triste
sin advertir
que otro cuerpo alumbraba sus perfiles
aun en la misma noche.
Se creyó niña
sin advertir
que un cuerpo ansiaba hacerla madre
crepitando su dulzura entre las ascuas de su tristeza.
Se creyó fauna nocturna
pero una mariposa revoloteaba con ella mientras el sol ascendía.
Se creía barro estéril
sin saber que era Dios que jugaba al escondite
con forma de niño.
1
de mayo de 1994.
Primer día de la Madre
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