Me seguía a todas partes, no
podía deshacerme de ella. Era mi sombra, difícilmente podía hacer algo sin
tenerla presente. ¿No tenía otra cosa que hacer esa mujer salvo estar pendiente
de mí? Mi vida se había convertido en la suya, su rostro no me era desconocido,
la había visto anteriormente, pero era incapaz de recordar su nombre. Su
recuerdo se remontaba a un pasado muy antiguo, pero su presencia constante la
había difuminado hasta mezclarse conmigo. Aquella mujer había perdido su
personalidad para terminar siendo la mía. O la mía la suya, no lo sé bien, el
caso es que yo no podía huir de ella.
En la foto, una mujer daba de comer a un hombre encamado. La fotografía
formaba parte de la exposición Under Pressure sobre la situación de los
enfermos de esclerosis múltiple en 12
países europeos. Cuando el grupo llegaba a ella yo siempre preguntaba en ese
momento: “¿Cuál es la persona dependiente?”. La respuesta inmediata era “el
hombre”, pero no tardaba alguien en decir que eran las dos personas que
aparecían en la foto. En efecto, las dos
personas estaban encadenadas una a la otra. Cómo puede realizar él cada una de
sus funciones corporales si no es con la ayuda de otras manos, las manos que le
visten, las manos que le asean, las manos que le levantan, las manos que le
acuestan, las manos que le permiten realizar sus necesidades, las manos que le
dan de comer, las manos… Sus tiempos han de ser idénticos, desde el amanecer
hasta el anochecer, desde el despertar hasta el dormir. Dos seres que terminan
siendo miméticos. Ella no puede dejarlo solo, sus pies y sus manos son
inútiles, conoce el momento en el que se ha de levantar, no puede dejarlo
sentado en su silla de ruedas desde el amanecer, su cuerpo no lo soportaría;
tampoco puede dejarlo acostado todo el día, tiene que incorporarse en algún
momento. Conoce las rutinas que hay que seguir con él en las horas de las
comidas, sabe cuáles son sus momentos de micción y qué hay que hacer con él
para que pueda defecar. Seguramente tuvo que abandonar el trabajo, todo esto
sólo se puede solucionar a base de dinero, que otra persona realice alguna de
esas funciones, pero sus ingresos no daban para ello. Es un círculo vicioso que
no tiene salida, cada vez más pobres, cada vez más necesitado él y más
necesitada ella. Atrapados, la una al otro. En ese pequeño infierno solo alguna
caricia abre ventanas hacia el cielo, una mirada de ternura, un beso de
complicidad. Dos santos atrapados en una vida infernal.
En algún instante se me ha iluminado la
memoria, ha abierto su cerrojo y he podido identificar su nombre, era la
inmensa cercanía lo que lo dificultaba, era necesario tomar cierta distancia. Yo
me llamo Mercedes, ella, Jesús.
Fotografía de Walter Astrada, tomada en Bielorrusia.
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