Él ya tiene 92 años, su vida se limita a ir
de la cama a la silla de ruedas y de la silla de ruedas a la cama, del
dormitorio al saloncito que utilizan de comedor y de este al dormitorio. Un
hombre acude todos los días a levantarle y a acostarle y lo saca todas las
mañanas, haga el tiempo que haga, para darle una vuelta a la manzana cargado de
bufanda, abrigo y una manta que le cubre las piernas. A pesar de ese pequeño
paseo su relación con el exterior es prácticamente nula, su sordera es muy
grande y su memoria ya muy pequeña y lenta. Nadie se para con él pues además de
estar casi irreconocible, es demasiado grande el esfuerzo para ser identificado
y a uno nunca le queda la garantía de, en realidad, haberlo sido. En casa le
espera ella, 85 años, antes se iba sola todas las tardes a distraerse un poco
en el casino, le gustaba jugar al bingo, ahora no puede hacerlo ya. Sus
movimientos son lentos y torpes. Le da miedo caerse. Se la entiende mal,
últimamente se queja de fuertes dolores en la boca y de tenerla llena de pus,
aunque le dicen que no se preocupe. Una mujer acude todas las mañanas para
hacerles la comida, pero es ella la que tiene que dársela a él que ya no puede
ni tan siquiera coger un vaso. La mayor parte del día la pasan solos, en
silencio, una comunicación sería casi inútil. Él y ella, solos, sin hijos, sin
hermanos que ya murieron, sus amigos o también murieron o se encuentran en una
situación similar a la suya. Solos, un día y otro y otro y otro. Ella dice, a
quien acepte escucharla que está cansada de vivir, que su vida ya carece de
sentido, que ya no hay nada que pueda hacerles ilusión, que el mundo ya no es
el suyo. Cuando le dice a él que desea morir y logra hacerse entender, él se
enfada, no quiere oírla decir eso, desear la muerte no está bien. ¿Qué haría el
uno sin el otro? ¿Dónde irían a parar? El tiempo transcurre lento, allí nunca
luce el sol. Agradecen una simple llamada telefónica de las muy escasas que
reciben. Por un momento se sienten estar en el mundo para otros. Ella llora sin
nadie que vea sus lágrimas. Se siente cansada sin nadie que escuche su queja.
Sueña con un final sin nadie que la pueda ayudar.
Realmente no sabría decir cuando y cómo ha
entrado ese hombre, el caso es que se encuentra allí sentado con ellos y está
teniendo una relajada conversación. Sorprendentemente parecen escucharse los
tres sin problemas. Ríen de forma natural, hace tanto que no lo hacían.
Verdaderamente no hablan de nada en especial, sencillamente hablan. Seguramente
ni siquiera ellos sabrían decir de qué. Allí está ese hombre desconocido con el
que se encuentran como si fuese un familiar. Ignoran como se llama pero no les
importa, ni siquiera piensan en ello. Confían en él de una forma instintiva, no
les importaría dejar la vida en sus manos. Ella ha olvidado sus preocupaciones
y él parece haber rejuvenecido bastantes años. La tarde transcurre de forma
relajada, se va haciendo de noche. Parece no haber prisa y se comportan como si
nadie extraño a aquella casa se encontrara con ellos. Están haciendo su vida
rutinaria y así continuarán haciendo. Está llegando la hora de acostarse y así
harán. Para nada perciben como falta de educación dejar a aquella persona allí
sola. Cuando llega el momento los dos se marchan al dormitorio. Ella empuja la
silla de ruedas de él. Como si fuese la cosa más natural del mundo, él se
levanta de la silla y se acuesta y ella hace lo mismo. El extraño se acerca y
los arropa. La besa a ella en la frente y con la palma de la mano le cierra los
ojos; después le besa a él y le hace
lo mismo.
No despertarán, había pasado un ángel.
¿Es
necesario ganarse la muerte a base de vivir? ¿Cuántos años hay que cumplir como
mínimo? ¿El sufrimiento reduce ese mínimo o es algo que se supone ya
incorporado a la vida? ¿Es la vida un regalo que se puede volver contra ti sin
que tú tengas la posibilidad de devolverlo? ¿Qué hacer cuando la vida ya te ha
agotado, cuando los días ya son años, cuando el amanecer nunca llega? ¿En quien
se encuentra la maldad, en quien ayuda a morir o en quien prolonga la tortura?
Para que te concedan el premio, la muerte, es necesario haber recibido antes
íntegramente el castigo, una vida insoportable y sin sentido; obligar a esto no
supone virtud alguna, no hay piedad ni compasión, si es que se recuerda
mínimamente lo que es esto, únicamente se trata de crueldad e insensibilidad o,
como poco, de indiferencia. Aquel que no quiere ser dueño de su vida se erige
en dueño de la de los otros. Cuántas parejas hay expuestas al olvido de todos en
el día a día para sólo ser tenidas en cuenta como escandalosas, si sólo desean
estar unidos hasta el final, si ni tan siquiera quieren ser separadas por la
muerte; obligadas a esta separación una de las partes es sometida a una nueva
condena: morir de tristeza en un asilo. Amar es ayudar en los momentos en los
que la vida entra en crisis, asistir hasta el final, hasta el mismo suicidio si
es necesario.
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ResponderEliminarAsí es amigo, que esto de amar tiene la misma carga de dificultad, porque no es posible obtener únicas respuestas para al preguntarnos ¿quien ama más:quien cree que su deber es acompañar...?, ¿Quien acompaña enfrentando...? ¿Quien...?
ResponderEliminarLa cuestión "con perdón por la osadía" en mi humilde opinión es esa línea a veces invisible del amor de si y del amor al otro u otra, a la que a veces cubre el manto del miedo a todas las incertidumbres que se nos vienen encima cuando se produce el gran vacío. Quien se marcha deja aquí......, quien se queda ha de enfrentar....
Pero yo no lo quiero aceptar así, y sin negar las ausencias, experiencias que he afrontado, creo que no hay manta que impida la visión de lo que a mí se me desvela en mis líneas de amar en libertad gozosa de consciencia que es para lo que estamos aquí.
Maestro, mientras el camino nos sea de utilidad, o se la demos nosotr@s...creo humildemente que es la única duda.
Por lo demás, quizás por ser andaluza me puede la melacolía a ratos y la hondura del quejío del cante flamenco puro, o tal vez sea familia lejana de Unamuno y no me lo han dicho, nunca se sabe. No se por qué pero tengo la certeza profunda y confío plenamente en que todo acabará bien.
Y como no concibo la privatización, por fe y por demostración científica, pues la vida acabará bien para tod@s.
Me viene a la cabeza esa frase que no recuerdo de quien es, pero sí quien me la enseñó: "el sereno placer de disfrutar de un@ mism@" ¡¡ese es el desafío en el que andar!!
Un abrazo grande