La palabra postureo pretende
expresar formas de comportamiento y de pose, más por imagen o por las
apariencias que por una verdadera motivación. Este es el término aplicado a las
nuevas formas que han entrado en el Congreso de los Diputados mediante
peinados, vestimentas o prácticas familiares a las que se les acusa de ser una
cuestión superficial, de forma, que pretende la foto sin entrar en el fondo de
nada de interés. No es, ni mucho menos, así, la forma también es fondo, incluso
el postureo, entendiendo como tal esa pose hueca sin más pretensión que mostrar
la propia superficie, sin nada tras ella, también refleja la pobre esencia de la
persona. El fin siempre está en los medios, aunque se trate de un fin no
verbalizado como tal, oculto. La política se encuentra tanto en el fondo como
en las formas, es más, sólo se puede ejercer a través de ellas; el fondo
pertenece al plano teórico mientras que el práctico se encuentra dominado por
las formas y son estas, mayores o menores, más o menos complejas, las que
reflejan el verdadero fondo que reside en uno. El postureo no es algo sólo
aplicable a un sector ideológico de la población, todos somos responsables de
la imagen que mostramos y es falso que no haya en ello una verdadera
motivación, elegimos la imagen que queremos dar en la medida en que con ella
queremos que se nos sitúe en un determinado grupo o se nos identifique con una
determinada manera de ver y vivir la vida. Postureo, así entendido, no ha sido
algo novedoso que se haya presentado ahora con unas determinadas maneras de
vestir o de actuar, postureo lo ha habido siempre, aquel señor que se sentaba
en el hemiciclo con traje y corbata ya actuaba con postureo en la medida en que
aceptaba unos hábitos, unas determinadas formas pretendiendo con ellas alejarse
de otras que pudieran identificarle con determinados grupos sociales. La imagen
con la que cada uno elige en un determinado momento y circunstancia presentarse
en sociedad forma parte de una elección suficientemente meditada. Una sociedad
plural tiene, necesariamente, una pluralidad de formas de ejercer política y,
por lo tanto, de presentarse en ella; el insulto o la ofensa no reside en
llevar corbata o no, en llevar rastas o tener el pelo engominado, este tipo de
actuación pertenece al ámbito de lo privado, no tienen por qué entrar en
conflicto unas maneras con otras. El calificativo de postureo se aplica a
aquello que se sale de lo habitual, en el fondo es un problema estadístico, lo
estadísticamente normal es lo que debe de ser y aquello que se sale fuera de
ese rango bien por lo que se dice o por lo que se hace es rechazable. Rechazar
la presencia en ese hemiciclo de unas determinadas formas no viene sino a
reflejar cierto rechazo a la presencia en la sociedad de esas formas. Las
formas, sean del tipo que sean, son elecciones del ser humano que como tales
pertenecen a un momento histórico determinado y que cambian pasado ese momento.
Salvo una intención insultante no tienen por qué tener una crítica ética o
política, incluso en este último caso, por mucha molestia que supongan, están
dentro del juego político en el que se encuentran enmarcadas, suponen una
opción más que hoy puede resultar extraña pero que mañana puede suponer lo
habitual. Esta es la intención de las mismas, traen consigo otras iniciativas a
las que se encuentran vinculadas como puede ser la utilización del coche
oficial o el cobro de determinadas dietas. La calificación de postureo es una
respuesta de autodefensa, de descalificación del otro en la medida en que su
actuación parece que pone en cuestión nuestro proceder. En la medida en que hace
entrar en crisis determinadas formas políticas rígidas y profundamente
conservadoras bienvenido sea ese postureo.
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