Cuando un te quiero no
cabe en palabra alguna,
hay que intentar, sin
embargo, darle sonoridad y sentido,
adjudicarle fonemas y
morfemas,
incorporarlo a la
gramática vital.
Cuando no hay palabra
alguna donde quepa ese te quiero
hay que intentar
pronunciar esa palabra,
articular sus sonidos
lentamente, claramente, cadenciosamente.
Cuando no hay palabra
donde coja ese misterio
es, sin embargo, esa la
palabra,
la única palabra que
merece la pena decir
ya sea en un grito, ya
en un murmullo,
ya en un aullido, ya en
susurro,
la única palabra que
merece la pena decir
y ser oída.
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