Creía que me comía la vida a dentelladas
cuando, en realidad, lanzaba mordiscos al viento
y sólo hincaba los dientes con voracidad
cebándome en las partes más tiernas y vulnerables de ella.
Con el tiempo he ido descubriendo que, en realidad, era la
vida la que me comía a mí.
Ahora, que he perdido los dientes y tengo las encías al aire
he aprendido que nuestro paso por este mundo,
no consiste en arrancar trozos a esa vida
para después escupirlos,
sino en aprender a saborearla y digerirla,
los pedazos amargos y los dulces,
ella y yo en un mismo hecho biológico,
aquello que me envuelve y me supera es de lo que yo me
alimento,
aquello que es mucho más que yo es de lo que estoy encargado
de reproducir y mejorar.
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