Tengo acumuladas todas las edades,
el despertar balbuciente de la niñez,
la turbia búsqueda de la adolescencia,
el vigor de los años de oro,
la calma triste de la madurez,
la debilidad de la senectud.
Abandonada y perdida entre las sábanas, mi piel
busca las huellas que el paso del tiempo dejó sobre ella. Epidermis dormida,
aún así tengo sobre mí todas las pieles,
la perfumada de la infancia,
la piel en celo de la pubertad,
la hambrienta de caricias de la juventud,
la necesitada de vida de la prudencia,
la resquebrajada de la vejez.
Reincidente en el fracaso, olvidado en la
fortuna, tengo en mi interior todas las derrotas,
el príncipe destronado de la infancia,
el amor maltrecho de la adolescencia,
la brusquedad sangrante del resquebrajamiento de
las utopías de la mocedad,
la progresiva pérdida de los sueños de la larga
estepa que le sigue,
el vértigo de la otredad de la senilidad.
La figura de cera de semblante serio y gesto
prudente, esconde el jugador espontáneo de la niñez,
el atolondrado de la nubilidad,
el que arriesga de la juventud,
el calculador de la madurez,
el despreocupado de los últimos años.
El epicúreo zarandeado por la vida guarda, a
pesar de ello, todos los inicios,
el que no puede esperar, que ha de ser satisfecho
de inmediato para evitar la rabieta,
el que podemos postergar para un momento mejor
y el que no puede ser pospuesto porque el mañana
ya no forma parte del tiempo.
Por todo ello puedo llegar a sentir miedo como un
niño aterrorizado,
soy capaz de enamorarme como un adolescente,
de desear como un joven,
de razonar como un adulto
o de esperar tranquilamente como un anciano
sentado a la puerta de su casa.
Ninguna edad se nos ha ido del todo, las
guardamos a la espera de necesitarlas,
únicamente el miedo a vernos en lo que fuimos
puede impedir que hagan su aparición;
la estúpida censura del pasado,
el pánico a ver nuestro interior.
Solo los sueños han ido perdiéndose en la bruma
dejada por los años para quedar reducidos a unos pocos nombres,
que no el mío,
a unas cuantas ambiciones,
que no las mías,
y a un cuerpo,
el mío,
cada vez más débil y bamboleante,
cada vez más silencioso y frugal,
soñando la exuberancia de otro.
Gustave Courbet. El origen del mundo
Alguna vez, querido amigo, te comenté mi creencia de que la poesía consiste en decir la vida, con la necesaria capacidad de extrañeza, pero en decirla, sencilla y llanamente. Ésto tuyo de hoy es otra cosa más esencial, como dicho desde otro tiempo y otro lugar...He de confesarte que me produce cierta pena oirte "hablar" así, desde tan lejos, desde tan alto, desde ese sitio privilegiado donde se siente con tanta claridad. Gracias, una vez más, Jesús, por regalarnos esos lugares de intimidad intelectual y emocional tan entrañables.
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