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domingo, 26 de febrero de 2012

EL DISCÍPULO Y EL MAESTRO




El maestro desgranó ante su alumno cada una de las dudas principales que él tenía sobre la vida, de las respuestas que no compartía, y le expuso la peculiar visión que él tenía sobre cada uno de esos puntos, unas veces ingeniosas, otras heréticas, siempre provocadoras, siempre inusuales, siempre heterodoxas.
- Ahora quiero que reflexiones acerca de todo lo que te he dicho y que dentro de unos días, cuando tú lo consideres conveniente, me expongas tu visión.
El alumno marchó a casa un tanto desconcertado, pero no necesitó muchos días para decirle al maestro lo que le había pedido. Cuando se sentó ante él y comenzó a enumerar su visión acerca de todo lo que le había sido expuesto, vino a decir que, después de haberlo reflexionado detenidamente, había comprendido su perspectiva y que estaba de acuerdo con todo ello, y relató de la a a la z la lección del maestro.
- Veo que no comprendiste nada – le respondió enojado este.
La duda y el error son el camino para el conocimiento. Quien solo tiene certezas imagina vivir en la luz desde un cuarto completamente oscuro. Aquel que no sabe reconocer sus errores no es libre y simula hacer kilómetros sobre la cinta de la estupidez. Solo quien contiende con la duda tiene la valentía de vivir sin dogmas, solo quien se enfrenta a sus errores puede avanzar pues se deshizo del insufrible lastre de la infalibilidad.
La realidad es sumamente compleja, nadie es capaz de percibir todas sus caras, pretendemos conocer el todo y solo hemos llegado a palpar parte del elefante,  presumimos a gritos de omnisciencia sin habernos quitado la venda de los ojos. Solo ayudado por los ojos de los demás podré acercarme a una imagen más ajustada de esa realidad, especialmente por los ojos de aquellos que tienen sus pies en el fango, que habitan los intestinos y las cloacas, que contemplan las vergüenzas en toda su crudeza y son capaces de transmitirlas sin mordaza por inocencia o decisión.
Porque solo lo que no se quiere oír es lo único que es verdaderamente necesario decir. Aquello que no se toca es lo que hay que tocar, aquello que no se saborea es lo que hay que gustar, aquello que no se huele es lo que hay que oler, aquello que no se ve es lo que hay que ver, aquello que no se oye es lo que hay que oír. Es necesario sentirse extranjero en la patria de uno para poder entenderla. Solo el contraste educa la sensibilidad y la lucidez, solo desde la antítesis podemos llegar a la síntesis.
Solo se aprende del que piensa distinto y de aquello que se desconoce. Quien me ofrece la cara que no quiero o no puedo ver es a quien merece la pena escuchar y con quien puede ser útil dialogar. Nos satisface oír lo que ya creemos para poder así confirmarnos en el gregarismo, jaleamos nuestra insignificancia mientras cerramos la puerta del establo para que nadie tenga la tentación de escapar. Para ser lo que yo soy y pensar lo que yo pienso para eso ya estoy yo, solo el otro merece ser mi compañero alrededor del fuego.
Es la forma de pensar, cómo se utiliza la cabeza y el corazón, lo que importa transmitir, no aprender el catecismo. Asumir los riesgos para estar en paz interior, pero será una paz conflictiva porque será la paz de cada uno no la del redil. Atreverse a adentrarse en las tinieblas para encontrar la luz, pero será una luz tenue, suave, a la que poco a poco nos iremos acostumbrando y desde un principio veremos como en sombras, porque será nuestra propia luz, no el destello cegador con el que la soldadesca nos introduce en batallas que nunca han de ser las nuestras, mientras los señores sin rostro vigilan desde la cima de la montaña.
Un día, a caballo entre la rigidez del invierno y los apuntes modestos de una primavera, el alumno se presentó en casa del maestro con  un rostro cambiado.  
- Creo que eso que ha dicho no es del todo cierto – le espetó en un momento de la conversación al maestro.
- Veo que al fin me has comprendido. – le respondió él con una sonrisa en el rostro.

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