El mito es una narración imaginaria, con carácter metafórico, que intentaba explicar la realidad, el progresivo avance del pensamiento racional lo fue volviendo poco a poco innecesario o, al menos, eso creemos. Sin embargo, el mito cumplía otra función, la de establecer una narrativa compartida que vinculaba a la sociedad, su pérdida facilitó la atomización de la misma y el creciente individualismo de sus miembros con las consecuencias propias de todo ello. Al mismo tiempo uno puede preguntarse si puede darse por amortizado su carácter explicativo. ¿Toda la realidad puede darse por explicada mediante el pensamiento racional o sigue siendo necesario un cierto pensamiento simbólico? ¿Ha desaparecido toda experiencia trascendental como aquello que va más allá de lo estrictamente inmanente, de lo sujeto a leyes experimentales? ¿Sigue siendo necesaria una narrativa común que aporte cohesión y unos mínimos de ética y moralidad compartida? Desde mi punto de vista creo que sí y aquí podemos encontrar uno de los debe del pensamiento llamado transformador. Poco o nada se transforma desde el individualismo, carece de la fuerza necesaria de lo colectivo y de la moralidad debida para que realmente aporte sentido transformador. Esta recuperación del mito como narrativa común exige dos cosas, la primera evidente, mantener el mito en su carácter simbólico, metafórico. El gran riesgo de las religiones es entenderlo en un sentido literal hasta destruir la racionalidad, obligar a la aceptación de la irracionalidad y convertirla en ley de obligado cumplimiento. La segunda es desprenderse de prejuicios y recuperar el uso de conceptos y términos con una gran carga simbólica y transformadora: ética, virtud, moral, Dios, términos de los que las religiones se han apropiado y a los que se ha renunciado.
Aceptemos una realidad incuestionable, lo que hagamos o dejemos de hacer en esta vida depende exclusivamente de nosotros, nadie incorpóreo, trascendente, nada, va a intervenir en ella. Dios no guiará nuestros pasos ni responderá a nuestras preguntas salvo que le hablemos como Hommer Simpson, “si estás de acuerdo no digas nada”. Aceptemos una segunda evidencia, el concepto Dios es un invento humano, el mismo concepto por su propia naturaleza es inaprensible, incomprensible, escurridizo, cualquier pretensión de darle forma es un esfuerzo inútil en su resultado final si pretendemos con ella establecer la foto fidedigna final, solo es válida en tanto esfuerzo. Dios no puede encerrarse en dimensiones antropomórficas, pero no por ello la idea Dios se vuelve innecesaria o inconveniente.
Planteémoslo de otra manera:
Aceptemos una realidad incuestionable, lo que hagamos o dejemos de hacer en esta vida depende exclusivamente de nosotros, nadie incorpóreo, trascendente, nada, va a intervenir en ella. Dios no guiará nuestros pasos ni responderá a nuestras preguntas salvo que le hablemos como Hommer Simpson, “si estás de acuerdo no digas nada”. Aceptemos una segunda evidencia, el concepto Dios es un invento humano, el mismo concepto por su propia naturaleza es inaprensible, incomprensible, escurridizo, cualquier pretensión de darle forma es un esfuerzo inútil en su resultado final si pretendemos con ella establecer la foto fidedigna final, solo es válida en tanto esfuerzo. Dios no puede encerrarse en dimensiones antropomórficas, pero no por ello la idea Dios se vuelve innecesaria o inconveniente.
Planteémoslo de otra manera:
ÉL
A Dostoievski. Me descubro ante él y le hago una reverencia
A Dostoievski. Me descubro ante él y le hago una reverencia
Seguían utilizando su supuesta omnipotencia cuando hacía mucho que había dejado de ser así. No recuerdo bien cuando me asaltó la corazonada de que Él tenía Alzheimer, ni en qué momento ni por qué se me dio la ocasión de visitarlo.
El capellán, con gesto adusto, se detuvo conmigo ante la puerta y con enorme severidad rayana en la agresividad se dirigió a mí.
- Aquí estás. Es todo tuyo. Tú te lo has buscado y al fin lo has encontrado. Serás víctima de tu propia soberbia. Criatura humana engreída. ¿Hasta dónde pretendías llegar? Que el orgullo no se apropie de ti, no has descubierto nada especial que el resto de los mortales no sepa o intuya. ¿Quién pretende saber la verdad cuando esta es dolorosa, cuando no se desea soportar la carga que representa? No es la sabiduría sino la necedad lo que te ha traído hasta aquí. Lo que digo es todo tuyo. Hasta ahora os hemos librado de esta carga y no habéis sabido agradecérnoslo. La fe en Él no os ha hecho libres pero sí felices. Hemos soportado esta verdad por vosotros. Sabemos de vuestra debilidad y por ello por lo que hemos aceptado este sacrificio. Habéis hecho pasar por privilegio lo que no es sino generosidad, abnegación. Hemos renunciado a nuestras pasiones, deseos e intereses sólo por vuestro bien. Nos hemos transmitido desde siempre el secreto para manteneros a salvo del pánico, del vértigo que os produciría; y sin embargo, no todos habéis quedado satisfechos. La vanidad os ha podido. Ésta era tu altivez. Éste es tu logro. ¿Sabrás que hacer con él? ¿Te atreverás a sobrellevarlo? Piensas que este es un principio. Quizás sea tu fin. La vida es muy corta como para malgastarla en responsabilidades que otros pueden asumir. No habéis dejado de ser unos niños que necesitan ser guiados. Niños arrogantes como tú pero niños al fin y al cabo. Pretendes asumir tu condición de adulto. ¿No sabes que la humanidad nunca ha querido ser adulta? Toda su historia no ha sido sino buscar caminos para el engaño y en esa función nosotros somos esenciales. Y tú pretendes ser adulto, comer de la fruta prohibida, ser expulsado del paraíso que hemos construido para vosotros. He aquí tu nuevo paraíso. Entra. Es todo tuyo.
Me abrió la puerta y me dejó pasar, la cerró tras de mí y me dejó solo ante Él. Se encontraba en una fase muy avanzada de la enfermedad. La demencia le había invadido completamente. El deterioro de su masa muscular le había hecho perder completamente la movilidad por lo que ya se encontraba en un estado total de encajamiento. Era incapaz de alimentarse por sí mismo. Incontinente. Lleno de úlceras. Incapaz de comunicarse con los demás ni tan siquiera de recibir o enviar leves señales emocionales. La mayor pare del tiempo se mantenía con los ojos cerrados, sin embargo, en los pocos momentos en los que los abría, era incapaz de reconocer nada ya a nadie, de establecer la más mínima relación visual con su entorno. La mirada extraviada en un limbo propio. Era completamente dependiente. La muerte no le había llegado, ni nunca le llegaría. Estaba condenado a ese estado para toda una eternidad. Dependiente de los demás pero sólo expuesto no a su final sino a su propio deterioro, a su lento, inexorable y extremo deterioro. Esa era la eternidad, pero una en la que nadie hubiera puesto su esperanza.
Solos él y yo. Tenía dos opciones, marcharme y dejarlo allí, nadie me lo hubiera recriminado; él no había percibido mi presencia, menos sería consciente de mi ausencia, de mi abandono. La segunda opción era quedarme e intentar camuflar ese deterioro. Cuidar las llagas que le cubrían el cuerpo. Limpiar sus deposiciones. Mantenerlo en cierta dignidad. Sin embargo, sabía que nunca podría agradecérmelo.
Me senté frente a él y durante muchos minutos simplemente le miré, le miré con una mirada mezcla de estupor y miedo, atrapado en mi propia lucidez; ante una encrucijada en la que nadie podía elegir el camino a tomar por mí. Me encontraba libre, pero no sabía qué hacer con esa libertad que pesaba sobre mí como una esclavitud.
No existía ningún gran ojo permanente sobre mí, era yo quien le contemplaba y podía controlar su evolución. No había quien me dijera lo que debía de hacer, era yo el único responsable de mis decisiones. No dependía de nadie. Nadie cuidaba de mí. Era Él quien estaba en mis manos necesitado de mis atenciones. Nadie que me premiara o castigara, sólo yo sujeto de mi conciencia, cada noche descubriéndome culpable o inocente. ¿Dónde podría esconderme? ¿Cómo huir de mí mismo?
Me asaltó la tentación de la inocencia. ¿Qué culpa tenía de esa situación? ¿Por qué yo? Realmente, qué me incumbía a mí en todo ese asunto. Si habíamos sobrevivido durante siglos desconociendo esa realidad, quién era yo para pretender cambiarla. Qué sabía yo adonde podía conducir ese cambio, cuáles serían sus consecuencias. Vanidad de vanidades todo es vanidad y yo el más vanidoso de todos. Qué tenía yo que ver con aquello. De nada se me podría acusar si eludiera tomar parte en el problema, sí en cambio si decidiera inmiscuirme. Problema, pero de qué problema podía hablar, dónde estaba si existía. No hay problema en lo que permanece, sí puede haberlo en lo que cambia. El olvido sería fácil. Esto no habría sido sino un mal sueño que ignoraría al despertar. Me levanté y me dirigí hacia la puerta, por un momento me detuve con la mano en el pomo. No pensaba en nada, simplemente parecía querer tomar conciencia de cuáles eran mis sensaciones y ninguna parecía haber sino el silencio. El silencio no condena, estamos acostumbrados a vivir en él, seguro que podría seguir viviéndolo. Giré el pomo y abrí. Antes de dar un paso al frente me asomé al pasillo, nadie se encontraba en él, hubiera podido creer que nadie hubiera estado antes en él si yo mismo no lo hubiera hecho poco tiempo atrás. No tendría que soportar ningún reproche. Nadie tenía, por otro lado, autoridad para hacerme ninguno. Cerré la puerta y tras ella quedó Él, tendido en la cama, en una habitación vacía, ulcerado, comatoso, supurando pus y soledad para una nueva eternidad. La eternidad puede convertirse en un instante y yo estaba a punto de abandonarlo. Podía marchar. El mundo se ha hecho a sí mismo y seguiría haciéndose tras ese instante.
Abrí la puerta de nuevo y pasé. Acerqué la silla a la cama. Me senté en ella. Le miré el rostro. Le miré las manos. Puse mis codos sobre mis rodillas y me cubrí la boca con la palma de las mías. Oía mi respiración chocar contra mis dedos. Transcurrieron unos minutos. Noté la humedad surgir lentamente en mis ojos. Como si temiera despertarlo, como si temiera despertar yo, acerqué mi mano a la suya y delicadamente se la cogí.
No dependemos de Dios, es él el que depende de nosotros. Ahora demos un paso más, despojémosle de esa forma humana, es más, sustituyamos la palabra si nos es incómoda, llamémosle Vida, Naturaleza, Sentido, Hombre… Somos nosotros los responsables de todo ello que nos trasciende, que nos engloba, que nos da sentido, finalidad.
Una segunda parte del mito. Aceptemos otra realidad, por humildad, no somos el centro de la creación, no todo está a nuestro servicio, pero quizás sí seamos, al menos en la medida que conocemos un elemento cualitativamente importante, por nuestro poder, de la misma. Démosle expresión simbólica a ello, somos el hermano mayor de la misma o el hermano privilegiado, ello no nos da más derechos, nos otorga más responsabilidades. Nuevamente no nos encontramos ante el consuelo de alguien que nos protege, sino ante el dolor de la lucidez, somos los principales responsables de todo ello, de su mantenimiento o destrucción, de su fortalecimiento o debilitamiento, es aquí donde cobran sentido términos como responsabilidad, culpa, pecado…
Atrevámonos a un paso más, ahondemos en la humildad, que nos dé lucidez, no somos sino mucho menos de una micro millonésima parte de ese todo, no somos la medida de nada, la medida es ese todo, la del tiempo (deja de tener sentido tanta urgencia, es necesario cambiar tantas estrategias), la de nuestra vida. ¿Cómo hemos llamado al final a ese todo: Hombre, Vida, Naturaleza, Dios? Qué más da.
Un último paso, el relato es circular, todo ese Todo no es nada sin las micro millonésimas partes que vemos, que están a nuestro alcance. Son de ellas de las que somos responsables, tienen nombre propio, rostro, forma, color, vida. Somos responsables de otorgarles una vida justa y de transmitir a todo aquello que nos reemplace una herencia en condiciones.Cuanto más pequeñas, cuanto más frágiles, cuanto más dependientes, más responsables. Al principio y al final estamos hablando de lo mismo.
Me abrió la puerta y me dejó pasar, la cerró tras de mí y me dejó solo ante Él. Se encontraba en una fase muy avanzada de la enfermedad. La demencia le había invadido completamente. El deterioro de su masa muscular le había hecho perder completamente la movilidad por lo que ya se encontraba en un estado total de encajamiento. Era incapaz de alimentarse por sí mismo. Incontinente. Lleno de úlceras. Incapaz de comunicarse con los demás ni tan siquiera de recibir o enviar leves señales emocionales. La mayor pare del tiempo se mantenía con los ojos cerrados, sin embargo, en los pocos momentos en los que los abría, era incapaz de reconocer nada ya a nadie, de establecer la más mínima relación visual con su entorno. La mirada extraviada en un limbo propio. Era completamente dependiente. La muerte no le había llegado, ni nunca le llegaría. Estaba condenado a ese estado para toda una eternidad. Dependiente de los demás pero sólo expuesto no a su final sino a su propio deterioro, a su lento, inexorable y extremo deterioro. Esa era la eternidad, pero una en la que nadie hubiera puesto su esperanza.
Solos él y yo. Tenía dos opciones, marcharme y dejarlo allí, nadie me lo hubiera recriminado; él no había percibido mi presencia, menos sería consciente de mi ausencia, de mi abandono. La segunda opción era quedarme e intentar camuflar ese deterioro. Cuidar las llagas que le cubrían el cuerpo. Limpiar sus deposiciones. Mantenerlo en cierta dignidad. Sin embargo, sabía que nunca podría agradecérmelo.
Me senté frente a él y durante muchos minutos simplemente le miré, le miré con una mirada mezcla de estupor y miedo, atrapado en mi propia lucidez; ante una encrucijada en la que nadie podía elegir el camino a tomar por mí. Me encontraba libre, pero no sabía qué hacer con esa libertad que pesaba sobre mí como una esclavitud.
No existía ningún gran ojo permanente sobre mí, era yo quien le contemplaba y podía controlar su evolución. No había quien me dijera lo que debía de hacer, era yo el único responsable de mis decisiones. No dependía de nadie. Nadie cuidaba de mí. Era Él quien estaba en mis manos necesitado de mis atenciones. Nadie que me premiara o castigara, sólo yo sujeto de mi conciencia, cada noche descubriéndome culpable o inocente. ¿Dónde podría esconderme? ¿Cómo huir de mí mismo?
Me asaltó la tentación de la inocencia. ¿Qué culpa tenía de esa situación? ¿Por qué yo? Realmente, qué me incumbía a mí en todo ese asunto. Si habíamos sobrevivido durante siglos desconociendo esa realidad, quién era yo para pretender cambiarla. Qué sabía yo adonde podía conducir ese cambio, cuáles serían sus consecuencias. Vanidad de vanidades todo es vanidad y yo el más vanidoso de todos. Qué tenía yo que ver con aquello. De nada se me podría acusar si eludiera tomar parte en el problema, sí en cambio si decidiera inmiscuirme. Problema, pero de qué problema podía hablar, dónde estaba si existía. No hay problema en lo que permanece, sí puede haberlo en lo que cambia. El olvido sería fácil. Esto no habría sido sino un mal sueño que ignoraría al despertar. Me levanté y me dirigí hacia la puerta, por un momento me detuve con la mano en el pomo. No pensaba en nada, simplemente parecía querer tomar conciencia de cuáles eran mis sensaciones y ninguna parecía haber sino el silencio. El silencio no condena, estamos acostumbrados a vivir en él, seguro que podría seguir viviéndolo. Giré el pomo y abrí. Antes de dar un paso al frente me asomé al pasillo, nadie se encontraba en él, hubiera podido creer que nadie hubiera estado antes en él si yo mismo no lo hubiera hecho poco tiempo atrás. No tendría que soportar ningún reproche. Nadie tenía, por otro lado, autoridad para hacerme ninguno. Cerré la puerta y tras ella quedó Él, tendido en la cama, en una habitación vacía, ulcerado, comatoso, supurando pus y soledad para una nueva eternidad. La eternidad puede convertirse en un instante y yo estaba a punto de abandonarlo. Podía marchar. El mundo se ha hecho a sí mismo y seguiría haciéndose tras ese instante.
Abrí la puerta de nuevo y pasé. Acerqué la silla a la cama. Me senté en ella. Le miré el rostro. Le miré las manos. Puse mis codos sobre mis rodillas y me cubrí la boca con la palma de las mías. Oía mi respiración chocar contra mis dedos. Transcurrieron unos minutos. Noté la humedad surgir lentamente en mis ojos. Como si temiera despertarlo, como si temiera despertar yo, acerqué mi mano a la suya y delicadamente se la cogí.
No dependemos de Dios, es él el que depende de nosotros. Ahora demos un paso más, despojémosle de esa forma humana, es más, sustituyamos la palabra si nos es incómoda, llamémosle Vida, Naturaleza, Sentido, Hombre… Somos nosotros los responsables de todo ello que nos trasciende, que nos engloba, que nos da sentido, finalidad.
Una segunda parte del mito. Aceptemos otra realidad, por humildad, no somos el centro de la creación, no todo está a nuestro servicio, pero quizás sí seamos, al menos en la medida que conocemos un elemento cualitativamente importante, por nuestro poder, de la misma. Démosle expresión simbólica a ello, somos el hermano mayor de la misma o el hermano privilegiado, ello no nos da más derechos, nos otorga más responsabilidades. Nuevamente no nos encontramos ante el consuelo de alguien que nos protege, sino ante el dolor de la lucidez, somos los principales responsables de todo ello, de su mantenimiento o destrucción, de su fortalecimiento o debilitamiento, es aquí donde cobran sentido términos como responsabilidad, culpa, pecado…
Atrevámonos a un paso más, ahondemos en la humildad, que nos dé lucidez, no somos sino mucho menos de una micro millonésima parte de ese todo, no somos la medida de nada, la medida es ese todo, la del tiempo (deja de tener sentido tanta urgencia, es necesario cambiar tantas estrategias), la de nuestra vida. ¿Cómo hemos llamado al final a ese todo: Hombre, Vida, Naturaleza, Dios? Qué más da.
Un último paso, el relato es circular, todo ese Todo no es nada sin las micro millonésimas partes que vemos, que están a nuestro alcance. Son de ellas de las que somos responsables, tienen nombre propio, rostro, forma, color, vida. Somos responsables de otorgarles una vida justa y de transmitir a todo aquello que nos reemplace una herencia en condiciones.Cuanto más pequeñas, cuanto más frágiles, cuanto más dependientes, más responsables. Al principio y al final estamos hablando de lo mismo.
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