Si se hubiera buscado hubiera sido difícil encontrar una metáfora más adecuada a la realidad que vivimos que esos minutos de finalización de la existencia de la cadena CNN+ para dar paso al rótulo permanente, premonitorio, amenazante de GH 24. La sociedad de la información da paso a la información de la suciedad, una suciedad creada ex profeso para consumo masivo. Excrementos al gusto de todos y esos todos hozando con denuedo a la caza de la mayor porción posible del manjar.
Podemos volver a criticar la tiranía de esos entes anónimos llamados mercados y quedarnos con ello satisfechos. Criticar la servidumbre de unos ante ellos y el interés de otros por el puro y duro beneficio económico. Criticar el sacrificio de la cultura en el altar del mercado, la expiación del conocimiento de sus pecados de lucidez y dolor. Podemos, pero en la metáfora nosotros jugamos también el papel ideal, el de espectador. Asistiendo perplejos a un espectáculo del que no formamos parte, sólo vemos y oímos, comentando indignados, con el mando a distancia en las manos, llegado el momento… cambiamos de canal, alguna serie divertida, por favor.
Elegimos ser consumidores antes que ciudadanos, "consumimos... para dejar de ser individuos y ciudadanos, para liberarnos de la pesada obligación de tener que llevar a cabo elecciones fundamentales". No, a la realidad ya que resulta dolorosa, mejor el entretenimiento; no, a los otros que se viven como amenaza, importa uno mismo, a lo más el grupo del que uno forma parte que no deja de representar los intereses propios; no al razonamiento, al pensar por uno mismo, mejor pensamiento visceral (si esto fuera posible ya que son términos antagónicos), ejercitar las tripas y los testículos (pensamiento testicular), acudir a las funciones de deshecho del organismo.
Cada uno de nosotros somos la sociedad de consumo, consumidores, usuarios, clientes, tomamos decisiones, elegimos. Con la televisión también, la televisión es un objeto único que combina la evasión máxima con el mínimo de obligaciones y nos permite realizar esa elección en la intimidad; mantener nuestra impoluta fachada pública mientras alimentamos con ella nuestras miserias. Pero el ojo del gran hermano está ahí, aunque juguemos a no verlo. Ahora se nos ha hecho manifiesto. La religión catódica se nos ha revelado. El gran ojo nos ha descubierto, estamos ahí, frente a él, con las tripas al descubierto, aguardando nuestra ración de basura.
Ese es nuestro verdadero bienestar, nuestro auténtico estado del bienestar, el que conquistamos y no estamos dispuestos a dejarlo ir (¿qué nos dejamos en esa conquista? ¿qué precio pagamos? Puede ser que el verdadero precio lo pagaran otros para nuestro bienestar). Pretendemos un imposible, vivir adormecidos en las comodidades y por las comodidades que nos han sido dadas en un lugar y un tiempo privilegiado de la historia y sólo activarnos cuando estas corren peligro. Pero quizás, para entonces, ya sea tarde, sus cimientos hayan sido socavados y ese bienestar ya sólo se mantenga en falso, el gran ojo haya hecho su aparición anunciando la caída del imperio decadente ante la invasión de los "bárbaros" del sur (dijo el romano bien acomodado en su triclinium), que, ahora sí, llegarán a reclamar lo que es suyo, y nosotros ya no podremos cambiar de canal, el mando a distancia no nos responderá, todo el libre mercado audiovisual será un mismo magma en el que seguiremos hozando hasta nuestra extinción.
Podemos volver a criticar la tiranía de esos entes anónimos llamados mercados y quedarnos con ello satisfechos. Criticar la servidumbre de unos ante ellos y el interés de otros por el puro y duro beneficio económico. Criticar el sacrificio de la cultura en el altar del mercado, la expiación del conocimiento de sus pecados de lucidez y dolor. Podemos, pero en la metáfora nosotros jugamos también el papel ideal, el de espectador. Asistiendo perplejos a un espectáculo del que no formamos parte, sólo vemos y oímos, comentando indignados, con el mando a distancia en las manos, llegado el momento… cambiamos de canal, alguna serie divertida, por favor.
Elegimos ser consumidores antes que ciudadanos, "consumimos... para dejar de ser individuos y ciudadanos, para liberarnos de la pesada obligación de tener que llevar a cabo elecciones fundamentales". No, a la realidad ya que resulta dolorosa, mejor el entretenimiento; no, a los otros que se viven como amenaza, importa uno mismo, a lo más el grupo del que uno forma parte que no deja de representar los intereses propios; no al razonamiento, al pensar por uno mismo, mejor pensamiento visceral (si esto fuera posible ya que son términos antagónicos), ejercitar las tripas y los testículos (pensamiento testicular), acudir a las funciones de deshecho del organismo.
Cada uno de nosotros somos la sociedad de consumo, consumidores, usuarios, clientes, tomamos decisiones, elegimos. Con la televisión también, la televisión es un objeto único que combina la evasión máxima con el mínimo de obligaciones y nos permite realizar esa elección en la intimidad; mantener nuestra impoluta fachada pública mientras alimentamos con ella nuestras miserias. Pero el ojo del gran hermano está ahí, aunque juguemos a no verlo. Ahora se nos ha hecho manifiesto. La religión catódica se nos ha revelado. El gran ojo nos ha descubierto, estamos ahí, frente a él, con las tripas al descubierto, aguardando nuestra ración de basura.
Ese es nuestro verdadero bienestar, nuestro auténtico estado del bienestar, el que conquistamos y no estamos dispuestos a dejarlo ir (¿qué nos dejamos en esa conquista? ¿qué precio pagamos? Puede ser que el verdadero precio lo pagaran otros para nuestro bienestar). Pretendemos un imposible, vivir adormecidos en las comodidades y por las comodidades que nos han sido dadas en un lugar y un tiempo privilegiado de la historia y sólo activarnos cuando estas corren peligro. Pero quizás, para entonces, ya sea tarde, sus cimientos hayan sido socavados y ese bienestar ya sólo se mantenga en falso, el gran ojo haya hecho su aparición anunciando la caída del imperio decadente ante la invasión de los "bárbaros" del sur (dijo el romano bien acomodado en su triclinium), que, ahora sí, llegarán a reclamar lo que es suyo, y nosotros ya no podremos cambiar de canal, el mando a distancia no nos responderá, todo el libre mercado audiovisual será un mismo magma en el que seguiremos hozando hasta nuestra extinción.
Mejor no saber,
Ignorante bobo, necio feliz.
Mejor no saber
y disfrazar el pasado de mentiras
y construir el futuro de esperanzas huecas
y vivir el hoy ajeno al papel de clown
sembrando hilaridad al paso de su sombra.
Mejor creer representar el papel de la Virtud en el Gran Teatro del Mundo
que ver en el espejo al cándido payaso,
zarandeado pelele,
marioneta grotesca y burda.
Mejor no saber,
encerrado en un sueño de sonrisas
mientras las carcajadas mastican mi existencia,
mientras se desmorona mi palacio de despojos,
mientras la vida se me llena de muertes.
Ignorante bobo, necio feliz.
Mejor no saber
y disfrazar el pasado de mentiras
y construir el futuro de esperanzas huecas
y vivir el hoy ajeno al papel de clown
sembrando hilaridad al paso de su sombra.
Mejor creer representar el papel de la Virtud en el Gran Teatro del Mundo
que ver en el espejo al cándido payaso,
zarandeado pelele,
marioneta grotesca y burda.
Mejor no saber,
encerrado en un sueño de sonrisas
mientras las carcajadas mastican mi existencia,
mientras se desmorona mi palacio de despojos,
mientras la vida se me llena de muertes.
¿Qué hacer? Para empezar, apaguemos el gran ojo antes de que sea tarde.
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