He citado con frecuencia las
palabras de Ramón Sampedro que hablan de que aprendía a llorar riendo.
Palabras, cómo no, que también han tenido que hacerse presentes en mí. Sin
embargo, uno puede vivir en ocasiones la experiencia inversa, reír llorando, en
muchas de esas ocasiones pura felicidad. Derramar esa felicidad en forma de
lágrimas o irse licuando sin poder contenerse en puro gozo, hay pocas
experiencias tan maravillosas como ese reír llorando, pura emoción unas veces
generada por empatía hacia una persona querida y otras veces en las que uno se
basta por sí solo para ese llanto. Cuando uno es padre sus hijos ya forman,
para siempre, parte de él; sin ellos no está completo. Es por ello que se puede
comprender, de alguna manera, la experiencia explosiva, casi inenarrable,
profundamente alegre, de ver, cuando menos lo esperas, aparecer de golpe a un
hijo que tiene que saltar el charco para llegar hasta ti y al que hace tiempo
no podías abrazar ni besar, es en ese momento cuando vuelves a ser un niño pura
emoción y rompes a llorar y no puedes parar; el mundo a tu alrededor deja de
existir y sólo eres tú y tu llanto, tu
risa es ahora llanto, tan liberador. Surge desde tu pequeñez, desde ese nada
que te puedes creer, desde tu minúsculo ser surge la enorme alegría, mayor
cuanto menor te has creído. Eso es felicidad sin más, sin edulcorante alguno,
sin rastro de tristeza, únicamente felicidad.
A menudo los hijos se nos parecen
ResponderEliminarAsí nos dan la primera satisfacción
Esos que se menean con nuestros gestos
Echando mano a cuanto hay a su alrededor
Esos locos bajitos que se incorporan
Con los ojos abiertos de par en par
Sin respeto al horario ni a las costumbres
Y a los que, por su bien, hay que domesticar
(...)
Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma
Nuestros rencores y nuestro porvenir
Por eso nos parece que son de goma
Y que les bastan nuestros cuentos para dormir
Nos empeñamos en dirigir sus vidas
Sin saber el oficio y sin vocación
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
Con la leche templada y en cada canción
(...)
Nada ni nadie puede impedir que sufran
Que las agujas avancen en el reloj
Que decidan por ellos, que se equivoquen
Que crezcan y que un día nos digan adiós.
(JOAN MANUEL SERRAT)