Veo el enfrentamiento en Cataluña
lleno de jóvenes embozados intentando ocultar el rostro para hacer la guerra sin
ser reconocidos. Imagino el momento en el que se cubre el rostro con el
pasamontañas como el instante exacto en el que se transmuta en soldado de un
ejército de liberación, se muda de joven vulgar a héroe, sin percibir que
aquello no le convierte en nada nuevo, es simplemente un disfraz, un uniforme
que, al contrario de lo que cree, le otorga la única característica que su
nombre indica, que tiene la misma forma, que ha cubierto lo que le hace
singular para transformarlo en idéntico a los demás, uno más de la manada, que
se cree protagonista sin darse cuenta que sólo es una marioneta jugando a la
guerra, que no se puede alcanzar la liberación si meramente somos un pelotón de
siervos dejándose manipular, que la libertad no se alcanza cambiando de patrón
y repitiendo esquemas de siempre, que no se vislumbra si no se cambia la mirada.
Un tumulto de adrenalina anula el pensamiento para establecer un simple combate
de testosterona, una generación de placer participando en la confrontación y
evitando el ejercicio más agotador y de riesgo: pensar. ¿Cuál es nuestra
responsabilidad en esa sinrazón? Precisamente eso, anular la razón, convertir
la realidad en una confrontación entre buenos y malos, entre héroes y villanos,
sin matices, sin complejidad alguna, convertir el pensamiento crítico en un
nuevo catecismo lleno de dogmas, evitando todo aquello que nos pueda poner en
cuestión, poder ser siempre jóvenes y nunca madurar. Dar las palmaditas en la
espalda después de la batalla y criticar como bárbaros si los contenedores los
quema el bando contrario y como héroes de guerra si son los “nuestros”.
POLICÍA
Si alguien estaba cumpliendo con
su labor, mejor o peor, y estaba donde tenía que estar, esa era la policía. Seguro
que, como todos los trabajos, se puede hacer mejor pero no podemos negar la
tensión en la que siempre se desempeña, tensión en la que es casi imposible
evitar que salten chispas. El discurso por el cual la policía siempre está en
el bando de los malos es de una pobreza ideológica apabullante. Siempre habrá
policía y siempre tendrá una función represora en la medida en que siempre
habrá delito y siempre existirá lo legal y lo ilegal gobierne quien gobierne,
ya sea San Anarcosindicalista de la Buena Hostia o San Proletario del Mundo
Unidos. Gobierne quien gobierne siempre habrá quien monte la de Dios y proferirá
gritos de “policía asesina" y lo escriba en las paredes. Quemar contenedores,
arrancar señales, destrozar el pavimento y escaparates y lanzar piedras, no
forma parte de ninguna revolución es puro incivismo y provocación buscando la
respuesta de la policía. No todo comportamiento de las fuerzas de seguridad
será el adecuado, pero siempre su función será reprimir el desorden, aunque no
iniciarlo. Las ordenes, mejores o peores, siempre vendrán desde la clase
política sea cual sea ésta y ésta será la responsable de corregir los excesos.
No hay presos políticos, lo que
hay son políticos presos, no están presos por ser independentistas lo están por
incumplir las leyes y sabían que lo estaban haciendo; fueron avisados por el
Tribunal Constitucional y por los letrados de su Parlamento, incitaron a los
ciudadanos independentistas y luego no supieron como pararlos y las imágenes
les delataron. Podemos estar de acuerdo o no con lo que marcan las leyes, pero
éstas están hechas para cumplirlas, negarse a ello puede hacerlo un particular,
pero no un estamento oficial y menos si este es un gobierno y especialmente si
no representa a la mayoría de la población. Todos ellos sabían lo que estaban
haciendo y a lo que se exponían, no cabe pues un escandalo hipócrita. Lo que
hicieron no sólo fue ilegal, también fue injusto. Se convocó un referéndum al
margen de la ley en el que se gastó dinero público, fue un acto estrictamente
partidista para alcanzar objetivos partidistas y que dejó fuera ya de entrada a
la mayoría de la población, cosa que todos sabían y a pesar de ello se dio
carácter legal a sus resultados legislando a partir de ellos y declarando la
independencia con una política claramente xenófoba ya que se ignoró su
ilegalidad considerando de hecho que toda aquella población que no fue a votar
y que sabían que no iba a ir a votar no tenía necesidad de ser contada, total,
no tenían por qué ser considerados catalanes. Es por esto, principalmente, por
lo que fue una política ilegal e injusta. Yo puedo considerar que la solución
al problema tendrá que ser, nos guste o no, el referéndum, pero esto no basta para
legitimar su convocatoria. Como consecuencia de todo esto fue la cárcel y la
posterior sentencia, que más allá de la movida que después hubo no se puede
considerar dura, yo puedo creer positivo un indulto o una amnistía, pero en
base a la legislación y a la actuación del gobierno catalán no puedo catalogar
como dura tanto por la pena impuesta como por la posibilidad que abre para un
pronto tercer grado, podemos valorarla como benévola. Seguidores de Gandhi y Martin Luther King esperemos que salgan de prisión siguiendo a otro nombre, el de Nelson Mandela.
Sólo se defiende aquello que se
tiene, que se posee, que existe, y la República Catalana, que yo sepa, sólo es
un sueño, una ilusión, y los Comités de Defensa de la República tienen poco que
defender. Esa República, y lo dice alguien que se considera republicano, no
pasa de ser un deseo que únicamente se hace realidad en las cabezas como la de
Quim Torra que creen en un cielo en el que sólo se habla catalán y en un Dios
con apellido del mismo idioma, como por ejemplo Puigdemont. Los charnegos han
de pasar inicialmente por el limbo y ganarse su acceso al paraíso votando
afirmativamente. Seamos sinceros, la proclamación de la República se trata de
un cambio fundamentalmente estético pero que no viene a modificar nada de lo
que es la realidad social, el gobierno seguiría en las mismas manos, el poder
económico y social no cambiaría de lugar. Es verdad que la monarquía resulta
una reminiscencia del pasado, un tiempo el que el árbol genealógico otorgaba
privilegios para el mando y para aceptar la humillación por la sangre. Una
Jefatura de Estado que podría ayudar a resolver, quizás, el problema en
Cataluña con un pequeño gesto: abdicar.
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