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martes, 10 de diciembre de 2019

SENCILLAMENTE LLORAR






Se mira uno al espejo y descubre algo que había pasado desapercibido: edad, algo que nuestro subconsciente intenta ocultar. El mundo pasa, pero nosotros no, aceptarlo es aceptar también nuestras frustraciones y renunciar a nuestras esperanzas. La persona que quisimos haber sido y no fuimos. La vida es una mezcolanza de llantos y risas, a veces más lo primero que lo segundo, de altura y profundidades, a veces más lo segundo que lo primero. A menudo, cuando alcanzamos alguno de nuestros deseos percibimos que no era exactamente aquello que esperábamos, que ese triunfo tiene también sus costes, un precio con el que no contábamos, como si el tránsito por la vida fuese gratuito y esa decepción nos lleva a querer ir más allá, una pequeña utopía sin que tengamos que pagar nada por ella. Pero nada en la vida es de balde, nada se regala sin que esto tenga su precio. Pero ese autoengaño no puede ser eterno, tiene que tener un fin, descubrir que la principal moneda que hemos de pagar somos nosotros y que ese ser, no solo maduro, también viejo, que descubrimos frente a nosotros ha pagado con lo que no podía eludir, su cuerpo, y ahora resulta inevitable volver la vista atrás y aceptar lo que fue de ella y lo que fuimos nosotros, pequeños, sencillos, uno más, y que es precisamente eso lo que puede habernos salvado. Se agolpan entonces los recuerdos de toda una vida, las noches que te ibas a la cama pensando que aquel día podía ser el principio de algo sin saber que ya era el final de una historia; los besos no dados, aquellos que quedaron en la mitad del camino; el diccionario de las palabras no dichas y el de los silencios no realizados. Volver atrás la mirada es, inevitablemente, recordar tus errores, los de aquel que no lograste ser y, a veces los aciertos, del que fuiste y todavía no lo sabes. Y pasa por tu mente el fugaz deseo de haber sido otro distinto de quien fuiste, los nombres propios que pasaron por tu vida y que quedaron almacenados en tu memoria. ¿Qué fue de ellos? ¿Dónde estarán? Qué hubiera sido de ti si el azar hubiera elegido otras suertes. Te miras al espejo y te ves cansado, no tiene sentido a estas alturas pensar en algo distinto a lo que ya tienes y quizás nada diferente sería mejor a lo que ya es, a las sonrisas con las que te encuentras, al cariño que te rodea y a las personas que te necesitan. Y a lo que vas a recibir.
Parece que lo que no te ha llegado no te llegará ya ahora que te encuentras inmóvil, que la enfermedad te ha atrapado y te ha hecho suyo, pero, sin esperarlo te va llegando lo inesperado, noticias que empiezan no sólo a dar sentido a tu presente sino también a tu pasado, ese que miras con tristeza creyendo que fue un tiempo vulgar llevado a cabo por un nadie con ilusiones de un alguien, ahora te llega lo que desconocías, que en ese tiempo fuiste importante para alguien, que dejaste huella en su vida, que ese tiempo vulgar no fue tan vulgar. Compañeros de estudio para los que fuiste fundamental tú que te creías un segundón que nada importante dijo, amigos para los que fuiste esencial y que no habías vuelto a ver desde aquellos años de adolescencia y juventud, alumnos que pasaron fugazmente, hace mucho tiempo, por tus manos, y que ahora han decidido dejarte claro lo importante que fuiste para ellos, tú, eterno insatisfecho, que siempre pensaste que fuiste un maestro mediocre, que ni siquiera te creías digno de ese nombre. Amigos de hoy, de ese, a veces triste, otras alegre, siempre sentimental tras una barrera racional o racional tras una barrera sentimental. Amigos de siempre, año tras año, que dieron todo a cambio de nada y mi familia, y allí, como no, mi mujer, tan pendiente de mí que no sé qué espacio he dejado para ella. Un adolescente de sesenta años lee hoy escritos dirigidos a él que le sorprenden, que le cuesta creer conociéndose como se conoce hasta el último rincón de su interior. ¿Qué puede hacer cuando cada una de esas palabras acarician suavemente su corazón? ¿Qué puede hacer?... sencillamente llorar.

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