Fue el caso Gurtel el que, con la
popular Ana Mato, puso de moda el concepto “participe a título lucrativo”
cuando puso de manifiesto los beneficios que en forma monetaria o de pago de
carísimos viajes, fiestas familiares, regalos de bolsos de lujo y coches de muy
alto nivel que nuestra buena amiga disfrutaba sin echarlos nunca de más pues su
actual exmarido disponía de recursos para eso y más. Es el art. 122 del Código
Penal el que hace referencia explícita a ese concepto literalmente por “El que por título lucrativo hubiere participado
de los efectos de un delito o falta, está obligado a la restitución de la cosa
o al resarcimiento del daño hasta la cuantía de su participación."
Estos sujetos no son responsables del delito, incluso ignoran la existencia de
ilícito penal, pero se han aprovechado de los rendimientos materiales,
tangibles y evaluables generados por el ilícito penal; aunque no se halle incriminado
como responsable criminal, puede ser llamado a responder civilmente.
La pregunta que uno puede hacerse
es hasta qué punto somos participes a título lucrativo de los expolios que el
norte ha infringido al sur. Desde hace siglos nuestra civilización (llamémosla
así si es que este término no genera contradicciones) ha arrebatado de forma
violenta e injusta la riqueza, sea del tipo que sea, que ese sur poseía, sobre
ese expolio hemos construido, en gran medida, nuestro desarrollo, esa riqueza
material y cultural que pretendemos defender de la “invasión” que nos llega de
los países “subdesarrollados” y que consideramos amenaza ese estatus. Creemos
poseer el derecho de defensa del nivel económico y cultural que podremos como
si en el reparto existente nada tuvieran que ver las relaciones internacionales
de dominio e incautación existentes durante siglos. Evidentemente, nosotros,
personalmente, no tenemos nada que ver con las invasiones y batallas existentes
hace más de cinco siglos y podríamos considerar que el delito, si lo hubo, ya
prescribió. ¿Puede eso librarnos de todo problema de conciencia? La
construcción de lo que hoy somos se inicia en lo que ayer hicimos y que
continúa durante todo el tiempo que ha transcurrido desde entonces. La riqueza
a partir de la cual Europa inició su despegue y el dominio que hoy todavía
mantiene tiene gran parte de su base entonces. Los minerales de sangre con los
que hoy construimos nuestra tecnología y por los que los señores de la guerra
se disputan territorios violando y matando a la población local y explotando a
los niños, minerales de sangre, como, entre otros, el wolframio, el oro, el tantalio,
el cobalto y las tierras raras, minerales que aparecen, por ejemplo, en
nuestros deseados teléfonos móviles; la ropa barata por la que nos peleamos
fabricada en lugares en los que es posible pagar una absoluta miseria por una
abundante cantidad de horas de trabajo en unas condiciones deplorables son
parte del imperio que hemos construido gracias a un pasado en el que se usó la
fuerza para cimentar la construcción de ese dominio que todavía hoy permanece
con el ejercicio de ese poder que entonces se alcanzó y que hoy se sigue usando
y defendiendo. ¿Debemos avergonzarnos de todo aquello que ocurrió lejos de
nosotros en el tiempo y el lugar? Seguramente no, siempre y cuando nuestra
actitud de hoy pretenda reparar los efectos de ese ilícito penal. ¿Sería
necesaria la restitución por participación lucrativa? Si, al cumplirse los
siguientes requisitos:
·
Existe un delito precedente del que se derivan
los efectos del que participa como responsable lucrativo: La invasión, las
matanzas o exterminio, el expolio, la explotación laboral, un comercio injusto
en el que el máximo beneficio se impone sobre su coste ambiental y social y la
utilización de la corrupción política como medio para facilitar el
mantenimiento del desequilibrio económico y social en el planeta.
·
Aprovechamiento por parte de persona física de
los efectos de un delito o falta aunque no pueda ser condenado por haber
participado en ello. Abarca cualquier forma de utilidad que le reporte al
participe. Lo que somos lo somos gracias a los delitos a los he hecho
referencia en el punto anterior, a los rendimientos que han sido posibles
gracias a los mismos.
·
Aunque quien tenga esos bienes desconozca que
proceden de un hecho delictivo. Vivimos tranquilamente en una sociedad que
supone un entorno cerrado en el cual nos consideramos satisfechos con no
incumplir su código penal, somos así buenos ciudadanos, correctos y orales, las
faltas que pudiéramos tener nos generan deudas con nuestros compatriotas, nunca
más allá.
·
Lógicamente que el sujeto no esté acusado de
haber participado en el delito a título de autor o de cómplice, aunque la
participación en el mismo moviendo los hilos de la corrupción o su
participación en él formando parte de los engranajes del poder económico no
sólo es ignorada por la sociedad, sino que incluso es reconocida su posición
social siendo considerada la persona como un prócer de esa sociedad.
¿Podemos pues,
alegremente, ignorar la situación de todo ese Sur como algo ajeno a nosotros
mismos y rechazar la llegada de miles de ciudadanos huyendo del hambre, la
miseria, la represión y la guerra considerándolos una amenaza y su situación nada
que ver con lo que nosotros mismos hemos creado? Podemos hacer borrón y cuenta
nueva de todo lo anterior pero no podemos exigir que este borrón sea hecho también
por las víctimas de la historia, del pasado y del presente; una situación así
solo genera conflicto. Pensemos lo que pensemos, calmemos nuestra conciencia de
la manera que sea, querámoslo o no, somos participes a título lucrativo. Obviamente
no todo habitante del Norte beneficiado lo ha sido de la misma manera, una
parte considerable de la población cuesta afirmar que haya salido beneficiada, pero
es inevitable afirmar, casi sin recato, la existencia de una deuda social y económica
de una parte de la población terrestre respecto a otra, con todos los matices que
se quiera económicos, sociales o geográficos. Desde ese beneficio escribo esto,
sabiendo que las palabras son fáciles y suenan bien, pero los gestos se encuentran
muy lejos de esa facilidad, eso forma parte del nuestro poder, el poder embaucador
de las palabras que no deja de ser un beneficio más.
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