Crecí en un
matriarcado en el que la educación emocional y cultural la puso mi madre, una
mujer que no estudió, en aquellos años no tenía mucho sentido eso pues su
objetivo tenía que ser el de buena madre y esposa y eso no se aprendía en la
escuela. Sin ella yo no hubiera sido el mismo y sospecho yo que puede que peor.
Desde adolescente
las mejores amistades que he tenido en su mayor parte han sido mujeres, escuchan
mejor, son más receptivas, tienen una mayor sensibilidad para entender lo más
tierno del ser humano, aquello que exige apertura emocional. Es ahí donde
puedes encontrar la verdadera complicidad.
Si he de poner nombres a momentos de mi vida,
la mayoría de estos momentos lo tendrían femeninos. Tiempos que pueden ir desde
unos días a unos años. Momentos que dejaron huella, momentos que hicieron por
sanar, días para el placer pero también, en ocasiones, para el dolor. La vida,
para ser justa, sólo podría escribirse en femenino.
He sido maestro, mentiría si dijera que no hay
diferencia entre niños y niñas, son estas las que responden mejor en el mundo
académico, son, en general, con ellas con las que se puede trabajar con una
mayor comodidad y un mejor rendimiento.
Habiendo quedado atrás los años en los que la universidad era casi
exclusiva propiedad de los varones hoy la presencia de la mujer es mayoritaria
en ella.
He trabajado y en
ese trabajo mi mayor coincidencia se ha dado con las mujeres. De todo ahí en la
viña del señor pero cuando hoy recuerdo nombres de compañeros y compañeras es
mayor cantidad los de estas últimas a la hora de encontrarme cómodo trabajando
junto a ellas y dialogando en los momentos de descanso.
Hoy soy discapacitado total, dependo
completamente de los demás, sin ellos a mi lado no podría hacer nada salvo
pensar. He dicho ellos pero debería decir ellas, aquella madre de la que hablé
al principio y que dedicó buena parte de su vida a cuidar a su madrastra (si me puede reponer el curso este al finalle
tocó a ella por la razón indiscutible de ser la mujer entre los hermanos) para después
ejercer de abuela. Repito, soy un gran inválido y necesito alguien que me
cuide, ese alguien es mi esposa. Me es difícil imaginar otra persona con más
nivel de sacrificio y que hace aquello por un evidente único motivo: amor. En
esta vida sólo he visto a mujeres sacrificar su carrera profesional para cuidar
a otros.
Soy varón, no sé
si por eso tengo derecho a disponer de un lugar para el reposo del guerrero, si
tengo o no ese derecho la verdad es que aquí está: mi hogar. Nunca he tenido a mi
lado a una persona en la que poder confiar tanto, mi esposa, mi compañera. Con
nadie he llegado a hablar con mayor profundidad e incluso, a veces, crudeza, la
misma que muestra la vida. Espero que en algún momento de esa vida yo también
haya podido ser su reposo.
Sacrificadas,
vitales, inteligentes, buenas profesionales, rigurosas en su trabajo,
cómplices, sensibles, confidentes, significativas, dispuestas, donde se gesta
la vida y aún así condenadas por una ley no escrita a un segundo plano. Mujeres
tenían que ser
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