Cuando entró por la puerta de mi casa no pude evitar un sentimiento de rechazo. Era una persona que conocía únicamente de vista y la impresión no era buena. Lo recordaba a la carrera por la calle y escandalizando con dos niños pequeños de la mano y acompañado de un hermano mayor que él. Sabía cuál era su familia y creía conocer así como tenía que ser él. El trabajo para el que lo requería era demasiado delicado e íntimo como para que una persona como él pudiera realizarlo con un mínimo de eficacia y sensibilidad pero mi vergüenza me impidió decirle no en aquel momento. El no es una palabra difícil de utilizar cuando juntas prejuicios y una visión política y humana en su contra. Complicada de decir salvo que la enmascares con una retórica falsa cuya única intención es salvar tu reputación aunque sea engañando a los demás. Esa impresión era sólo eso, puro y estricto prejuicio. Afortunadamente no fui capaz de decir no y la vida me vino a demostrar hasta el aparente reducto de mi cama el evidente error que intelectual y humanamente supone el prejuicio, juzgar sin conocimiento por mucho que creas conocer; se trata de un recelo y monomanía que pertenece al mundo de lo emocional y no al racional. Supone un orden jerárquico en el que tú te encuentras arriba y temes que semejante individuo venga a desbaratar tu poder y estabilidad. Repito, afortunadamente no fui capaz de decir no y esa persona sólo desbarató, para bien, parte de mis miedos y obsesiones, te das cuenta de la manera en como te forjas opiniones sin más argumentación que tus prejuicios de clase. También lo personal es político, la manera en como tú te enfrentas a los demás. Entendí muchos años después por qué esa persona corría por la calle llevando de la mano a esos dos niños y eso sólo puso de manifiesto su altura moral y la pequeñez de mi pensamiento.
Hoy soy un niño necesitado de muchos cuidados, alguien cuyo concepto de
intimidad cambió hace tiempo, alguien para el que el sentimiento de pudor
desapareció casi por completo, alguien para el que su situación necesariamente
trastoca su forma de ver la vida. Afortunadamente no me sentí capaz de decir no
y hoy es él quien me cuida, el que forma parte de mi intimidad y ante el que me
replanteo muchos de los prejuicios que me han acompañado durante mi vida.
La mayor humanidad, la mayor sensibilidad, la mayor ternura la he
encontrado en personas cuyos grupos sociales hoy y aquí pueden seguir estando
cargados de esos prejuicios que vienen a complicarles la vida, me refiero a
familias desestructuradas y económicamente cerca de la miseria o cargando
directamente con ella, personas homosexuales en las que esta condición viene a
agravar su problemática social, subsaharianos qué han tenido que luchar por
hacerse un hueco en nuestra sociedad supuestamente no racista, musulmanes a los
que en este momento se les mira con desconfianza por la supuesta amenaza que
representan. Ellos son los que me han cuidado, de los que he aprendido a
cuestionarme mi propio engreimiento, por los que me he sentido querido, en los
que he descubierto la ternura, los que han acariciado y besado a este niño que
hoy se encuentra en una edad difícilmente cuantificable pero claramente a
merced de los otros.
Prejuicios que hoy leemos en las portadas de los periódicos se llamen como
se llamen los grupos sociales que los padecen. Prejuicios que es el objetivo
central a transmitir por los diferentes grupos políticos. Es el componente
emocional el que viene a asegurar el voto y para eso es necesario identificar
al enemigo, dejar claro quién es la amenaza, establecer un juicio ya mascado
por otros que nos evite el esfuerzo de hacerlo por nuestra cuenta. Prejuicios
políticos, prejuicios religiosos, prejuicios étnicos, prejuicios nacionales,
prejuicios sociales que llamamos nuestra forma de pensar. Y aquí encontramos el
que ha de ser nuestro principal esfuerzo: desguazar el motor que nos pone en
movimiento para poder desmontar cada uno de los muchos prejuicios con los que
se nos pone en funcionamiento. Enfrentarnos a la vida con nuestro propio
pensamiento, aquel que sabe poner en cuestión todo lo que nos llega para abandonar
lo que levanta barreras y quedarnos con lo que nos hace avanzar. Abrir nuestra
puerta y dejar entrar al prejuicio para que vaya directamente a la chatarra y
evitar que antes de tiempo quedemos oxidados.
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