La globalización no es buena ni es mala, es sencillamente inevitable.
Podemos plantearnos como gestionarla
pero nunca negarla sin más. El término “anti globalización” es un absurdo
planteado en su literalidad como movimiento social de transformación; puede ser
de alguna manera comprensible tratado como movimiento personal por el cual
alguien decide adoptar un modo de vida contrario al dominante, movimiento que
puede llegar a ser grupal siempre que cada uno de sus miembros adopte un modo
de vida similar. Taparse la cara, romper escaparates o incendiar coches no va
contra ningún sistema únicamente forma parte de la sección bárbara y un tanto
descerebrada que todo sistema necesita para justificar ciertos niveles de
represión. Esos jóvenes, una vez se deshacen de la máscara vuelven a ser tan
integrantes del sistema como el resto más allá de la retórica que puedan
esgrimir.
El movimiento antideslocalización, planteado como formando parte de ese
otro mayor llamado anti globalización no pasa de ser una farsa. Pelear esa
batalla, en justicia, sería combatir los derechos humanos y sociales de los
trabajadores adonde han ido a parar las plantas de producción. Reivindicar su
vuelta atrás en el fondo es demandar que la realidad permanezca tal cual, un
Norte pudiente y desarrollado y un sur pobre y sobreexplotado. La globalización
nos exige dos cuestiones:
·
La
adaptación de las fronteras a ese mundo globalizado y la unión formal de los
movimientos sociales capaz de enfrentarse a las nuevas problemáticas que surgen
con la globalización. Los movimientos nacionalistas hoy no dejan de ser una
iniciativa del pasado rancio e
inoperante vestida con ropas transgresoras de actualidad. La globalización
exige recuperar de hecho el concepto de internacional mucho más allá de una retórica
vacía. El internacionalismo ha de suponer una reestructuración de las
relaciones internacionales económicas y de poder, que, de alguna manera, nos va
a exigir un decrecimiento en el consumo de recursos naturales y un apoyo en el
crecimiento de las infraestructuras económicas de los países más atrasados.
·
El
empobrecimiento que puede suponer esa deslocalización debe intentar corregirse
con la solidaridad, con el compartir. El empobrecimiento debería ser de todos pero
empezar por aquellos que más tienen. Los fondos de solidaridad debería ser una
práctica habitual en una sociedad como la nuestra, pero somos una de mucho
hablar y poco hacer. Hacemos la revolución pero tranquilamente sentados en el
café, toda acción social debe de ser cosa del Estado que nunca nos debe afectar
al bolsillo, al menos al nuestro.
Tomemos nota, llevémoslo a la
práctica, pero ¡ojo! mi bolsillo el último.
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