Cabe valorar si es posible hablar
del acto de pensar sin que éste se realice en una situación de libertad, y cabe
valorar si solo mediante el uso de la coacción es posible hablar de privación
de esa situación, es decir, ¿podemos afirmar que esa privación es a menudo un
acto voluntario? Considero que así es aunque se trate de un acto no consciente.
Difícilmente alguien admite que su decisión está tomada más por motivos
psicológicos que por la lógica y la razón. La ausencia de coacción puede
resultar incómoda hasta tal punto que genere miedo a la misma, que uno no sepa
qué hacer en ella. La solución a esa incertidumbre se busca en el sometimiento
a una autoridad y en la conformidad a las normas y creencias de la sociedad que
le rodea a uno de tal manera que todo esto determine qué pensar y cómo actuar.
La superación del miedo sólo se consigue con un establo en el que pacer, un
rebaño al que acompañar y un pastor al que obedecer. Esto supone el
sometimiento a los dogmas impuestos y la actuación dentro de la ortodoxia; es
decir, la fidelidad a la autoridad y el comportamiento dentro del grupo sin que
uno pueda ser puesto en evidencia. La antítesis a esta tesis la podemos
encontrar en el rechazo per se a toda norma que parezca provenir de esa
autoridad y a todo comportamiento que parezca identificarnos con el grupo. Este
comportamiento que parece emanciparnos con el orden original no deja de
encerrar una contradicción y es la búsqueda, de igual manera que aquello que
rechazamos, de la seguridad para huir de la incertidumbre, de un grupo con el
que identificarnos (rebaño) y de una autoridad a la que someternos aunque esta
no se encuentre personalizada (pastor). La verdadera emancipación solo la
encontraremos en la complejidad de una síntesis en la que la seguridad nunca
será absoluta pues tendremos que convivir con la incertidumbre. El
librepensador es por naturaleza heterodoxo, se mueve fuera de las reglas del
grupo y esto siempre resulta incómodo para este, por lo que el aparato que lo
domina, sea de la naturaleza que sea, siempre tiende a excluirlo del mismo. El
librepensador siempre será el chivo expiatorio ideal en la medida en que no hay
mejor chivo expiatorio que la oveja descarriada. La iniciativa para la
exclusión no tiene por qué partir de ese aparato, sino que se puede tratar de
una necesidad del propio grupo que lo excluye y lo condena en la medida en que
le resulta incómodo, necesita señalarlo pues en su comportamiento se sienten
puestos en evidencia. Al aparato le interesa uniformizar pues de esta manera se
le facilita el control, los miembros del grupo también desean esta
uniformización pues de esta manera nadie les pone en cuestión ni les plantea
interrogantes que no saben cómo responder sin que estas respuestas les
desestabilicen.
Decir librepensador es decir
valentía y fortaleza en igual medida que es decir soledad y conflicto. El
librepensador piensa por sí mismo sin que sea la autoridad o el grupo el que lo
haga por él. Al librepensador se le excluye pero su soledad no viene determinada
únicamente por el grupo sino que es su propia forma de ser la que lo lleva
hacia ella. Resulta imposible pensar por uno mismo si uno se encuentra arropado
por el rebaño, el ruido que le rodea le impide hacerlo, del mismo modo que
resulta imposible pensar por uno mismo sin generar conflicto allá donde se esté.
No se puede ser librepensador sin asumir las situaciones de conflicto por lo
que es necesario cierto grado de valentía en la medida en que o se tiene o hay
que renunciar a ser uno mismo; de igual manera que no se puede ser sin cierto
grado de fortaleza. La fragilidad puede hacer que uno se quiebre, los momentos
de conflicto, el sentimiento de soledad, la duda permanente que genera la
incertidumbre, la inseguridad que produce todo ello: ¿merece la pena vivir de esa
manera? El librepensamiento no es garantía de verdad, es búsqueda pero no tanto
encuentro, es esfuerzo y no comodidad. El librepensador es incómodo para el
grupo y para uno mismo, pero es, a la vez, necesario; lamentablemente esto no es
percibido por el aparato que lo rige. Un grupo social no avanza si sus ideas no
se mueven. La tendencia del grupo es a mantenerlas intactas, inmóviles, sólo
ese librepensador las hará mover si una parte, al menos, de ese grupo se
encuentra receptiva. De no ser así la respuesta será el silencio, la crítica
sólo se planteará, de hacerse, en la intimidad. El final será la decadencia; la
renovación, de producirse, llegará exigida desde el exterior aunque el interior
intentará resistirse a ella. En la dinámica social habitual podríamos decir: el
librepensador ha muerto, Dios salve al librepensador, o hemos matado al librepensador, Dios lo guarde.
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