El domingo se
publicó en EL PAIS el artículo “Futuros fatídicos que ya están aquí” de Juan
Jacinto Muñoz Rengel, centrado en la literatura distópica y, especialmente, en
la obra Un mundo feliz de AldousHuxley, a la que considera cada vez más terrible y poderosa debido a su
vigencia siendo la pesadilla a la que parecemos dirigirnos. En ese artículo
menciona 1984 de George Orwell, pero
considera que ha perdido verosimilitud al quedar fuera de nuestro horizonte.
¿Es así?
Hace unas
pocas semanas releí, después de más de treinta años, esa novela y lejos de
quedar trasnochada como una vieja obra de ciencia ficción se resaltaba,
conforme avanzaba en su lectura, su vigencia; lejos de significar una posible
amenaza por llegar veía en ella una realidad que, en buena medida, se encuentra
ya instalada.
En ella la
visión del mundo inventada por el Partido se imponía con excelente éxito a la
gente incapaz de comprenderla. No estamos ante una sociedad de partido único de
origen totalitario. No. ¿No? No existe un solo partido acaparando el poder,
pero sí parecemos existir en una sociedad de pensamiento único que se permite
ser adornado por ornamentaciones ideológicas variadas. Una sociedad en la que
los diferentes partidos parecen formar parte de una misma maquinaria. Unas
partes de esa maquinaria que reproducen igualmente comportamientos esenciales.
La necesidad de rectificar el pasado continuamente a través de la mentira. La
palabra no tiene valor y el hecho de variar en lo que se dice y hace es uso
común del que no es necesario dar explicaciones porque no se demandan. El
control del pasado depende por completo del entrenamiento de la memoria y para
ello es necesario hacerse con un público fiel que asuma en cada momento el
presente a pesar de haber llegado a él a través de la mentira. Convencer de la
infalibilidad del Partido, poseedor de la verdad absoluta. Infalibilidad a la
que se llega a ella a pesar del doblepensar, que significa el poder, la
facultad, de sostener dos opiniones contradictorias simultaneamente. Un acto que
ha de ser consciente, para asegurar su
precisión y, a la vez, inconsciente, para que no haya sentimiento de
falsedad. Ese público fiel es consciente de la contradicción en el discurso
pero a la vez asume su no contradicción porque la verdad no depende de la
realidad sino de quien la enuncia, el Partido. Este comportamiento evita el
ejercicio de pensar y otorga tranquilidad y seguridad al recaer la
responsabilidad en una entidad superior.
En ese
ejercicio de control del pensamiento tiene un papel importante la neolengua, en
la que se transforma el léxico para no decir lo que no se quiere decir
pareciendo que lo dice. Terminología que se esconde y se sustituye por
eufemismos para reflejar una realidad diferente. La realidad deja de existir
como tal para solo existir en la mente humana, no en la individual sino en la
colectiva, la del Partido. La creencia que se quiere transmitir es que es
imposible ver la realidad sino a través de los ojos del Partido.
El Partido no
se preocupa de perpetuar su sangre sino de perpetuarse a sí mismo. Es decir, un
mismo modo de ver y de tapar la vida, de mantener el poder por el hecho de
mantenerlo y no tanto por la capacidad que teóricamente supone para transformar
la realidad. Y es que la realidad es intransformable, se impone por sí misma,
sólo puede ir a peor si no la dejamos en manos del Partido. La idea de que se
está en guerra permanente, y por tanto en peligro, hace que la entrega de todo
el poder a una reducida casta parezca la condición natural e inevitable para
sobrevivir. Es la doctrina del shock de Naomí Klein, el auge del capitalismo
del desastre, a través de impactos en la psicología social a partir de
desastres o contingencias, se provoca que, ante la conmoción y confusión, se
puedan hacer reformas impopulares o se mantenga una estructura social
deteriorada.
Lo anterior
incluye la necesidad permanente de un enemigo. Un enemigo que, en este caso, se
encuentra dentro del mismo sistema y que juega un doble papel, el del peligro
de la destrucción del sistema, el de enemigo, y, a la vez, de sostenedor de ese
mismo sistema. Entre ellos se pueden intercambiar los papeles sin que, en el
fondo, nada cambie. Para ello es necesario fomentar el odio, asegurar los
minutos diarios de odio personalizándolo en otro.
Por último la
figura del omnipresente y vigilante Gran Hermano. Vivimos en una sociedad en la
que la tecnología permite que seamos permanentemente espiados y controlados.
Pero no son necesarias las telepantallas para llegar a conocer los actos de
cada individuo en la medida en que este se convierte en Gran Hermano de sí
mismo y de los demás. Basta con echar un vistazo a las redes sociales y a los
millones de mensajes diarios por wassap para darnos cuenta de que vivimos en un
escaparate elegido, en muchas ocasiones, voluntariamente. Optamos por una vida
en abierto para los otros renunciando a la privacidad de actos y sentimientos.
Un Gran Hermano también para los otros. Precisamente en uno de los días de la
lectura de 1984 un joven fue
atropellado y muerto. Las imágenes del suceso circularon por smartphones
minutos después del mismo, por wassap se divulgó inmediatamente la identidad de
la víctima, antes incluso de que su familia fuese informada. ¿Quién nos vigila?
¿Estamos
condenados? La obra dibuja una sociedad en la que los simples impulsos y
sentimientos de nada sirven, nada importaba lo que se sintiera o dejara de
sentir, lo que se hiciera o dejara de hacer. Le apartaban a uno con toda
limpieza del curso de la historia. La visión que ofrece la obra es fuertemente
pesimista, sin embargo en algún momento de la misma, Winstom Smith, el
protagonista, realiza la siguiente reflexión referida a los proles, la masa de
gente que vive atemorizada y aislada de la política: “Lo que importaban eran
las relaciones humanas, y un gesto completamente inútil, poseía un valor en sí”.
Un Winstom completamente derrotado cierra el libro con “dos lágrimas,
perfumadas de ginebra” resbalando por sus mejillas. Con anterioridad Orwell
ofrece la siguiente afirmación: “Si podemos sentir que merece la pena seguir
siendo humanos, aunque esto no tenga ningún resultado positivo, los habremos
derrotado”. ¿Qué significan esas dos lágrimas?
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