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domingo, 18 de diciembre de 2011

ÉBANO. LA HUELLA DE NUESTRO FUTURO


Ha caído de nuevo en mis manos un viejo libro, Ébano de Ryszard Kapuscinski, publicado en 1998, pero imperecedero, en la medida en que recoge las claves para comprender todo un continente, África, enormemente plural y lastrado por rasgos comunes a la vez. Representa una impresionante crónica de la experiencia de R.K. como corresponsal en África durante más de treinta años y refleja con formidable humanidad y realismo la vida en el continente, sus heridas abiertas y reabiertas, el pensamiento de sus gentes, las raíces del enfrentamiento permanente, de la miseria y de la injusticia de las que no logra escapar, el encuentro con el colonialismo europeo en el que la supuesta sociedad “civilizada” saca lo peor de sí y despierta lo peor del ser humano, la eterna lucha por la supervivencia contra el hambre y contra la propia tierra, y conviviendo entre todo ello, la pequeña historia de su gente, sus miedos y sus sueños, sus apoyos y razones para pervivir, su desnudo patrimonio, su latir y sus deseos.
Pero Ébano es mucho más, releyéndolo uno descubre el magma de donde venimos y que hoy vemos (o creemos) solidificado. Son nuestras huellas las que allí aparecen, pero unas huellas vivas que nos permiten rastrear de donde venimos y hacia donde nos encaminamos. La tentación del Norte es la tentación de todo poderoso, mirar con altanería al pobre, la arrogancia del que cree que nada une esos dos extremos, que nada debe al otro, que mira con desdén la ruina moral sobre la que muchas veces se encuentra edificada su vida, la mirada desde el orgullo del que se cree superior, intelectual y moralmente superior, dos mundos que nada tienen en común, que nada se deben, que es necesario mantener distantes y que, en último término, nos permite el regalo autocomplaciente de una mal entendida y cómoda caridad.
Leyendo Ébano uno no solo descubre la dramática situación de África, sino que, a poco que se muestre sensible, encuentra las huellas que nos han traído hasta donde estamos, huellas que no son solamente de un pasado olvidado, ya perdido, sino que son también las huellas de un camino en el que todavía nos encontramos y podemos volver. Esa escisión de los dos mundos que es necesario mantener alejados es la misma estructura mental, la misma conciencia arraigada en África desde la antigüedad y que nosotros, orgullosos de nuestra “civilización” mantenemos en nuestro sustrato cultural.
Son impresionantes las páginas en las que queda reflejado el papel de la mujer. África es una sociedad, sociedades, enormemente estratificada, dividida en tribus, sexo, castas, clases… una sociedad en la que la fuerza es la base del poder. Este criterio permanece en nosotros y quizás, no nos engañemos, nunca desparecerá en la sociedad humana, pero la distancia cultural (y moral) si existe entre un mundo y otro estriba en el abandono de la barbarie, se trata de una cuestión de cesión de poder, de renuncia a la fuerza, la fuerza física, fuerza bruta, la de la autoridad irracional, mágica. El protagonismo que ha ido adquiriendo la mujer en nuestra sociedad, con camino todavía por recorrer, sólo ha sido posible gracias a la renuncia del hombre a parte de su poder, renuncia forzada y con resistencias, pero pérdida de poder al fin y al cabo. Esta cesión de poder es la clave ahí como lo es en los planteamientos de compensación social que se abren camino entre nosotros y en la apertura a otras culturas. Entendemos que el criterio del poder no puede ser la fuerza, el concepto de igualdad de derechos, de dignidad, llegó para quedarse, es una parte esencial de nuestra cultura.
La lucha de África es la lucha por la supervivencia, por la tierra, por el agua, por los escasos recursos, es el enfrentamiento por ellos, es la huida en busca de una mínima esperanza de vida. La tentación es pensar que esto es cosa de hoy cuando lo es de siempre y cuando se encuentra en la misma raíz de nuestra sociedad. ¿Qué somos nosotros sino unos emigrantes africanos? ¿Qué buscaban nuestros ancestros cuando marcharon de allí? ¿Grafeno, silicio, Corte Inglés, paraísos fiscales? Alimentos. Vida ¿Cómo se ha construido nuestra historia y la de todos los pueblos sino a base de idas y venidas, de encuentros y desencuentros, de mezclas? ¿Qué es esto sino, también, cesión de poder?


Cada vez generamos una sociedad más a la defensiva en la medida en que se siente más amenazada, cada vez nos construimos mentalidades, ideologías, personalidades más recelosas, en un permanente estado de alerta ideal para buscar y encontrar chivos expiatorios, para construir visiones de la vida cargadas de enemigos. Se trata de una versión refinada de la lucha entre hutus y tutsis, entre sudaneses del norte y del sur, entre americo-liberianos y tribesmen (los hombres de las tribus), entre los hombres del desierto, los tuareg, y los sedentarios campesinos del África verde; es la necesidad de establecer la “otredad”, la diferencia y, con ello, establecer desde un reparto desigual de derechos hasta la total negativa, pudiendo llegar a la negativa de la misma existencia. Conservar “lo nuestro”, expulsar al extranjero, “limpiar” nuestro territorio, mantener el poder. El valor que hayamos alcanzado se encuentra en la debilidad, no en la fuerza. La fortaleza de lo que somos está en la renuncia a esa fuerza. ¿En qué consiste la esencia de la civilización cristiana que tanto se alude como base de esta cultura sino en la renuncia al uso de la misma hasta dejarse crucificar, “como cordero llevado al matadero”?
En los momentos de crisis, cuando se percibe la inestabilidad y el riesgo, cuando se descubre el peligro de la pérdida, rápidamente aflora la tentación de la resistencia y con gran facilidad llegamos a confundir esta con la intransigencia sin más, si no con el fanatismo. Para la defensa de “nuestros valores” echamos mano del uso del poder, reclamamos la autoridad que nos da derecho a él, el legitimo uso de la violencia si es necesario. Nos proclamamos auténticos y exclusivos propietarios de los derechos, genuinos dueños de los privilegios que hemos disfrutado y es solo el miedo el que nos guía. Para defender lo que somos empezamos a destruirlo, para defender la “civilización”, retrocedemos a la barbarie, para mantener lo que queremos ser dejamos de serlo. No somos conscientes de la disyuntiva: ser coherentes y asumir el riesgo aceptándolo hasta sus últimas consecuencias u optar por la incongruencia para conservarlo todo, aceptar ser el reflejo de lo que nunca quisimos ver en el espejo, de lo que siempre habíamos despreciado y habíamos mirado con la arrogancia del que se cree superior.
El camino hasta llegar a donde estamos se ha logrado gracias a un proceso permanente de secularización, de pérdida progresiva de la visión mágica de la vida y de un adentrarse en el antropocentrismo. Es eso lo que nos da vigor y es eso lo que debemos mantener. Somos responsables de lo que tenemos (solo en usufructo, pues los bienes son de todos y hemos de conservarlos y traspasarlos llegado el momento), somos responsables de lo que hacemos, somos responsables de lo que somos. Nada ni nadie por encima de nosotros nos disculpa de esa responsabilidad. Somos libres y es el miedo a esa libertad lo que se convierte en una amenaza en estos tiempos (y en todos), es la necesidad del rebaño, la de la vuelta al ser gregario, al sometimiento. La necesidad de librarnos de la libertad. Ébano es también la tentación del regreso al alfa de la sumisión al brujo y a la tribu o el riesgo del omega de la pérdida de la espiritualidad y de la referencia social. Pérdida de la espiritualidad como pérdida de la trascendencia de uno mismo, somos más de lo que somos; pérdida de la ubicación en un destino que nos da sentido, de un “más que yo” que da significado al individuo, pérdida del pensamiento simbólico que nos permite comunicar lo incomunicable. Ébano son las huellas de donde venimos y el vértigo de un futuro al que nos podemos encaminar, el salvaje trajeado de un Wall Street cualquiera o el de los perdidos “hikikomori” de Japón. Hacia donde no debemos volver pero también la esencia de lo que nunca debimos perder.
Seguir las huellas de lo mejor que somos para no dejar de serlo, percibir las huellas de hacia donde podemos ir para evitar el abismo que anule lo poco grande que hayamos construido, esa debería ser su lección.


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