Estoy harto. Necesito desahogarme.
Estoy harto tanta hipocresía mostrada día a día, con descaro, sin enrojecer lo más mínimo de vergüenza. Aquel que ayer hablaba del movimiento nacional de liberación vasco hoy encuentra traidores por todos sitios, aquel que ayer prometía ser generoso (él, él y solo él) hoy no da margen para gesto alguno. Aquellos que ayer alababan la valentía de su líder hoy sólo hablan de cobardes, aquellos que se ilusionaron con la llegada de la paz, hoy sólo desean sangre, es más rentable electoralmente. Es preferible la violencia a que la paz llegue con otros y no están dispuestos a otorgar la más mínima posibilidad para ello.
Estoy harto de patrias y patriotas. Euskaldunes descerebrados, legitimados para matar por su propia paranoia, utilizando jerga pseudorevolucionaria como caramelo para una porción de izquierda acrítica. Patriotas de la España Imperial e indivisible, apropiados de su esencia, maníacos de las grandes palabras, obsesos de la traición. La patria no existe, es un invento del hombre. Todas, también la España eterna, tienen un principio y un final, y ese final, desgraciadamente siempre es a base de sangre, incapaces de encontrar cauces que eviten la recaída constante en el error. Todas están construidas sobre la mentira, también la Euskadi mítica, la mentira de una historia generada en la mente de un visionario. No hay más patria que el hombre, no hay más derecho que el del ciudadano.
Estoy harto de bocazas y machitos, ingenieros del insulto y doctorados en la mentira, de medios de incomunicación instalados en la tergiversación, de creadores de chivos expiatorios sobre los que hacer recaer todas las culpas, vacíos de todo pensamiento que no sea la mordida sin piedad. Ese es el resumen de toda su propuesta política, ofrecer un culpable en el que la masa pueda cebarse. Necesitan nombres propios sobre los que hacer sangre no ideas propias, estas son siempre peligrosas. Repetidores hasta la saciedad de la parodia de un discurso, actores de tercera fila agarrados a un papel protagonista que le hemos otorgado.
Estoy harto de la ceguera de la gran mayoría, entrando sin complejos a hozar en la basura que le ofrecen, a la búsqueda de vísceras y huesos, estulticia y miseria moral. Estoy harto de escuchar obviedades y lugares comunes, palabras sin matices. ¿Quién ha escondido los matices? ¿Quién ha enterrado la complejidad? ¿Somos todos responsables?
Estoy harto de simplezas, de elaboradores de juicios sumarísimos encaramados a una virginidad de la que no han logrado desprenderse. Harto de que se me atragante la bilis al contemplar la desfachatez con la que esgrimen la doble vara de medir, la desvergüenza con la que mienten. Harto de eslóganes y gracietas, de golpes bajos y de miradas turbias. Harto de sentirme ninguneado por inteligencias pedestres.
Estoy harto de que se sientan victoriosos, de que restrieguen su farisaica sonrisa en cada telediario, su porte pomposo, su falsa solemnidad a través de las ondas. No quiero reforzar todo ese comportamiento, no deseo que se sientan premiados, no quiero que hagan escuela. No aspiro a grandes revoluciones, sé que la política es lo que es, gestión de una pobre realidad, comer a cucharadas microscópicas un infinito sueño de utopía. Simplemente no quiero que ganen. No quiero que la victoria se la demos a una caterva de delincuentes. ¿Qué otra cosa sino delito debería ser lo que hacen?
Solo me queda dedicarles un poema de León Felipe:
Hay dos Españas: la del soldado y la del poeta. La de la espada fratricida y la de la canción vagabunda. Hay dos Españas y una sola canción. Y ésta es la canción del poeta vagabundo:
Soldado, tuya es la hacienda,
la casa,
el caballo
y la pistola.
Mía es la voz antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo y me dejas desnudo
y errante por el mundo...
Mas yo te dejo mudo... ¡mudo!
y ¿cómo vas a recoger el trigo
y a alimentar el fuego
si yo me llevo la canción?
Triste victoria será la suya aunque la celebren con belicosas cornetas y prepotentes tambores.
¡Ole, ole y ole! Gracias por expresar tan bien la hartura de tantos y tantos. Y, desde luego, por gritar la mía. Gracias, Jesús. Pero si puede ser la próxima vez con letra mayor y no por que resuene el grito sino porque la veamos mejor los ambliopes. Gracias.
ResponderEliminar