Es algo que se desea cuanto más
lejos mejor, se hace difícil que te comprendan que forma parte de tu vida, que
has llegado a comprenderla. Es ella la primera que detesta la imagen tópica y
tétrica que le hemos adjudicado cargando con esa guadaña atroz. Me hago
complicado de entender cuando digo que todos los días me siento junto a ella y
charlamos. No comprende cómo, a pesar de acompañarnos durante toda una vida y
formar parte de nosotros, tanto es así que sin nosotros no existiría, seguimos
teniéndole ese miedo, adjudicándole un personaje fúnebre que se acerca a
nosotros deseando arrebatarnos la vida. No es ella la que se acerca a nosotros
con esa intención perversa, somos nosotros los que vamos hacia ella, a veces
por nuestra propia torpeza jugando con nuestra vida hasta llevarla, en
ocasiones, a la muerte, en otras por esa costumbre tan repetida, malsana y
salvaje, de llevar a la mayor parte de la población a la guerra en una lucha
siempre fratricida que acaba con una juventud a la que se embarca en una pelea
que no entiende o con una población que solo desea escapar de los horrores de
esa guerra. Ella insiste en hacerme ver que no comprende ese hábito que ella
considera estúpido, injusto e inmensamente doloroso. No acierta a explicarse
ese comportamiento de los seres humanos empecinados en su autodestrucción. Por
último me hace referencia a un tercer motivo lógico y natural por el que la
vida del hombre llega a su fin, comprende el dolor que este acontecimiento
puede generar, pero insiste en recordarme que ella no tiene nada que ver en
esto y menos en el dolor físico y psíquico que el paciente tiene que soportar,
al contrario, me recuerda que ese dolor tiene más que ver, en bastantes
ocasiones, con el encarnizamiento de los otros empeñados en alejar a los
enfermos de ella aunque sea inútilmente y muy a menudo en contra de su
voluntad. Me dice que ella se limita a recoger esa acabada vida y darle el
mayor descanso posible. El conflicto y el sufrimiento siempre lo produce el
hombre no ella.
No hay día que no piense en la
muerte y la fabulación, de vez en cuando, es inevitable; no hay día que no le
dé un momento para la charla, a veces se trata de una charla fundamentalmente
triste pero siempre hay otras ocasiones en las que predomina el humor, eso sí,
un humor negro con el que ella y yo nos reímos. Quizás es la única que
comprende mi humor y se ríe con él. Entiendo que mis circunstancias son
especiales y que la vivencia que yo pueda tener solo es mía y comprendo el
miedo que se pueda tener ante esa tópica imagen. Como tenemos confianza ella sabe
que a veces la echo de menos pero también sabe que me ha de esperar, todavía no
es el momento, cuando este llegue ya conozco el camino, no hace falta que me lo
indique, sé ir hasta allí, la avisaré con la antelación suficiente para que
tenga preparada mi llegada, entonces nos encontraremos.
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