Vivimos en una política en la que
parece que siempre el fin justifica los medios, en ella ese fin está
relacionado en todo momento con el poder, ya
sea con su conquista o con su mantenimiento; alcanzar o mantener ese
poder no tiene que ver, en general, con la aplicación de una determinada
práctica política pues la realidad siempre permanece más o menos igual en la
medida en que el poder real siempre se encuentra en las mismas manos es por
ello que al afirmar que el poder siempre justifica los medios no deja de asumir
uno, de una manera implícita aunque no explicita, que los medios han de ser, si
es necesario, maquiavélicos pues el objetivo es que el aparato que ocupa ese
poder lo mantenga y que el grupo humano que forma el aparato lo mantenga aunque
para ello haya que librar las batallas internas todo lo crudas que sea
necesario. Si el mantenimiento del poder o alcanzarlo justifica los medios y yo
formo parte del grupo que domina el aparato podemos decir que yo justifico los
medios, mi mantenimiento en el poder o su conquista me permite tener las
iniciativas que considere necesarias. Yo soy el que debe estar y estando yo
justifico todo lo que se haga. La situación en la que nos encontramos,
especialmente dura y difícil, que debería exigirnos un comportamiento templado
y reflexivo y en el que, sin embargo, nos encontramos con una, a menudo,
despiadada lucha que solo pretende hundir al contrincante y descabalgarlo, si
lo ocupa, del poder y para ello se hacen lícitas armas como la mentira y el
insulto, el contrincante se convierte en enemigo, la confrontación política se
simplifica al máximo con un discurso fácil pero agrio, lo que se pretende
transmitir no es la idea sino el insulto, no es pensamiento pues éste exige un
proceso elaborativo y personal, lo que se pretende transmitir no es sino un
adjetivo que descalifique al otro, un vocablo al que no llegamos nosotros tras
un pensar sino que se nos entrega para nuestro uso, interesa formar dos bandos
de los que surja no sólo una disparidad sino también el odio, no es necesario
dotar de argumentos a la feligresía que les lleven a establecer unos juicios
sino equiparla de los juicios ya hechos y, si es posible, dotarnos de aquellos
símbolos que nos sitúen en uno u otro bando, ya sean banderas, brazaletes, escudos,
etc. El objetivo esencial no es transmitir una forma de pensar sino forjar una
clac que aplauda fervorosamente y que nos nutra de las migajas que puedan caer
desde el poder. Una clac virulenta que justifique todo lo que se haga o diga
desde arriba y de la que poderse retroalimentar. Ahora es el momento ideal para
rentabilizar los medios, cuando las sensibilidades están a flor de piel, ahora
que el miedo se expande buscando un culpable de los males, ahora que las tripas
se convierten en nuestro cerebro, ahora que quizás sería el momento para pedir
calma, racionalizar y aunar fuerzas, precisamente ahora descubren que es el
momento de echar la carnaza para alimentar la fiera y envenenar el ambiente. Este es
el juego político en el que parece estamos embarcados y el que, lamentablemente,
destacan fundamentalmente los medios de comunicación.
La política, inevitablemente,
educa o maleduca y es por ello por lo que hace a la gran mayoría de los
españoles, la gran mayoría de sus votantes, adoptar un perfil similar al
planteado, buena parte de ese pueblo acompaña sus juicios políticos con los
insultos cuando no quedan reducidos a ellos. Todo esto nos lleva a un lugar
común, “todos los políticos son iguales “. Pero no es cierto, es injusta una
aseveración tal, no todas las personas que se dedican a la política piensan y
se comportan de esa manera; no todas, afortunadamente, tienen el insulto en la
boca, el afán de descalificar al contrincante, de hundirlo personal y
políticamente y, en especial, es falso que, precisamente en estos momentos,
todas se comporten igual. En tiempos de sufrimiento hay algunas que quedan retratadas,
pero, lamentablemente, seguramente, el hincha puede haberse convertido ya en
fanático y sea incapaz de percibir las características de ese retrato; pero no
todos los políticos son iguales ni todos tienen en su interior la destrucción
del otro como prioridad, algunos no están dispuestos a sacrificar su honestidad
para mantenerse activos en política o dicen adiós a la misma si permanecer les obliga
al sacrificio. Algunas personas deben ser salvadas porque su quehacer,
independientemente de su orientación, no busca la destrucción del otro sino el
simple ejercicio político, a esas personas nunca les oiremos en los medios
insultar a nadie; esas personas deben ser salvadas como debe ser reconquistado
el quehacer político en tanto necesario y valioso y limpio si se hace como debe
ser hecho.
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