Por si no bastaba con mi forma de ser, la más que puñetera esclerosis
vino a ponerme definitivamente fuera de juego. Es prácticamente imposible
participar de forma habitual en la vida sin moverse de una casa, confinado a
una cama o a una silla. Si escuchas algún golpe no puedes levantarte, no puedes
llamar por teléfono ni contestarlo. Difícilmente podrás jugar un papel activo
en una situación problemática.
Es muy limitado lo que está al alcance de uno para participar de una
manera digamos normal en esa vida, uno necesariamente vive aparte de la
sociedad, aunque de vez en cuando asome la cabeza al exterior. Mi papel parece
haberse quedado reducido al de observador; físicamente dentro, sólo puedo
contemplar desde fuera. No era realmente necesario, toda mi vida he sido, de
alguna manera, un outsider, anglicismo muy de moda hoy en día. Siempre me he
sentido algo al margen de los míos, de aquellos con los que he vivido y con los
que me he ido haciendo. He sido un perdedor nato con alguna apariencia de ganador.
Algo complicado en una sociedad en la que impera el sí o el no, el a favor o en
contra, el dentro o fuera; una sociedad en la que obligatoriamente te ubican en
una ideología o en otra, en un partido o en otro, en una religión o contra
ella, en una iglesia, en un grupo, con alguien o contra ese alguien. Una
sociedad sin matices en la que en el momento en que expones algunos sales
despedido. Todo en ella son fuerzas centrífugas o centrípetas. Nadie puede
establecer su propia órbita. Si estas
dentro, muchos de ese interior consideran que eres de fuera, si estás fuera,
también muchos del exterior considerarán que eres de dentro. Un sospechoso
habitual.
De cualquier forma, ser un outsider en una sociedad como la nuestra no es
la cosa más incómoda del mundo. El verdadero outsider viene en patera, muere
ahogado o se le impide desembarcar, es rechazado, navega a la deriva sin tener
la oportunidad de participar el juego alguno, no tiene la ocasión siquiera de
ser considerado fuera de juego, no existe, no es. Hasta para eso existen
categorías.
Puede resultar vergonzoso visto lo visto proclamarse así. “No ofendas a
dios”, decía mi madre. No puede haber fuera de juego si uno mismo es el juego y
se mantiene dentro de sí.
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