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viernes, 27 de mayo de 2011

EN CLAVE NACIONAL


La misma cantinela de todas las ocasiones, la incapacidad para sacar consecuencias de unos resultados electorales. El PP, endiosado por sus cifras, considera que no debe hacer autocrítica, y no le falta razón: no se siente identificado ni interpelado por el movimiento 15-M y sus votantes disculpan y refuerzan comportamientos prepotentes e incluso, corruptos; aceptan e incorporan sus mentiras y exageraciones, transigen con su falta de programa, con sus silencios a la hora de plantear propuestas concretas y han entrado perfectamente en su juego de insultos y descalificaciones. ¿Qué más puede pedir? Quizás ética, pero esta no se presentaba a las elecciones.

IU corre el peligro, con su modesta subida, de pensar que lo ha hecho bien y se equivocaría. Se ha visto beneficiada de un movimiento ciudadano de última hora, imprevisible y que le ha aportado los votos suficientes para superar esas décimas que en otras ocasiones le han excluido de la representación. Sin embargo es la historia de siempre, son fuerzas exógenas las que le llevan a una posición u otra, y lo que hoy se le da mañana se le quita y parece que ella es incapaz de controlar esa dinámica. ¿Es válida una fuerza política expuesta permanentemente a esa lotería?

El PSOE parece que debiera ser el partido que más seriamente debería hacer su autocrítica, pero, al menos en lo cercano, no lo parece. La respuesta oficial general parece ser la misma, el electorado ha votado en clave nacional y no ha tenido en cuenta la labor realizada durante estos años. Traducida esta contestación viene a decir: nosotros lo hemos hecho bien y el resultado hubiera sido otro si no hubiera sido por Zapatero. La respuesta señala con el dedo, sin nombrarlo, al presidente del Gobierno. La vieja estrategia humana, la exculpación y la búsqueda de un chivo expiatorio. Pero esta respuesta genera una incógnita: ¿Qué ha pasado en aquellos Ayuntamientos en los que el PSOE ha revalidado su victoria? ¿A qué se ha debido?

Aceptando el peso del análisis nacional es necesario preguntarse por qué no se ha logrado contrarrestarlo:

Quizás porque el electorado no ha percibido grandes diferencias entre uno y otro PSOE.

Quizás porque en las formas, e incluso en los fondos no se han diferenciado en gran cosa de los del PP.

Quizás porque a la hora de conformar las listas y cubrir puestos en la Administración se ha primado la fidelidad, aun a riesgo de la mediocridad, en perjuicio de un pensamiento propio y crítico, aunque fuera acompañado de capacitación y brillantez.

Quizás porque el discurso autonómico ha buscado el nicho electoral de la derecha y qué mejor para hacer política de (centro) derecha que la propia derecha.

Quizás porque el partido vive, igual que todos, del electoralismo y ha olvidado su presencia desinteresada y activa en las movilizaciones de la sociedad civil.

Quizás porque esa sociedad civil, ante la cual un partido no debería verse enfrentado sino formando parte de ella, percibe a todos los políticos, también a los del PSOE, como formando parte de una casta ajena a la misma. O nada se ha hecho o nada se ha conseguido trasladar a la opinión pública para que esta establezca diferencias.

Quizás porque se ha presentado un discurso plano, que no ha sido capaz de ilusionar. Quizás porque un discurso no se construye en dos días para una campaña electoral sino que se trabaja diariamente, durante toda una legislatura.

Quizás porque de la misma manera que ahora se busca la exculpación con el pretexto de la clave nacional, es en esta en la que se confía siempre para que arrastre hacia la victoria. Se vive de lo exógeno y se descuida lo endógeno.

Quizás porque los partidos, también el PSOE, se encuentran cada vez más alejados de la realidad y a veces les sorprenden acontecimientos como las movilizaciones del 15-M, y se encuentran, por su rigidez estructural, incapacitados para darles respuesta.

Quizás porque no es descabellado hablar de refundación aunque esto, necesariamente suponga replanteamiento de ideas y objetivos, y lo más complicado, sustitución de personas. No es malo, sino al contrario, que mucha gente se incorpore a sus puestos de trabajo dejando vía libre a otras. Hay demasiados compromisos que impiden llevar a cabo una gestión adecuada. Estos resultados dan la ocasión para ello. Aprovéchense.

lunes, 23 de mayo de 2011

ELOGIO DEL PERDEDOR


No se trata de la necesidad de buscar un consuelo, ni del elogio de cualquier perdedor. La derrota por sí misma no tiene valor, ni lo tiene el perdedor por el mero hecho de serlo, sí lo tienen algunos perdedores por su manera de afrontar la derrota que es tanto como decir la vida. Vivimos en una cultura en la que se ensalza con desmesura al triunfador, en la que lo único que interesa es la victoria, todo lo demás ha de ser conducido al olvido, al baúl del fracaso, despreciado, no tenido en cuenta. La historia la escriben los vencedores, ¿Pero también la hacen ellos?

Victoria se asocia a poder, pero este es, por naturaleza, conservador, los cambios vienen dados no por su iniciativa altruista sino como consecuencia de la presión de la sociedad, sólo cuando esta incorpora un comportamiento el poder hace bandera de él. La sociedad es también conservadora y las organizaciones que pretenden alcanzar ese poder, necesariamente edulcoran su discurso, lo trivializan e intentan mimetizar su comportamiento con los usos más vulgares y simplistas. De vez en cuando la sociedad se siente sacudida por un movimiento y se ve impelida a unirse a él. Y a veces también estas sacudidas afectan al poder y este se ve forzado a incorporar parte de esas demandas. A veces también es tomado por fuerzas transformadoras, pero la gloria dura poco, con el paso del tiempo las fuerzas se dedican a la mera conservación del poder y asistimos al mismo proceso de banalización del discurso y de mimesis del comportamiento. Incluso en esos momentos de éxtasis el verdadero derrotado es perdedor en su propia victoria.

Los grandes ideales, las ideas que hacen avanzar una sociedad son pronto dejadas caer por ese poder ya instalado y es necesario que alguien se ocupe de irlas recogiendo. Esos han de ser los perdedores. Las ideologías lo son de grandes titulares, son los que venden, los que generan publicidad, ahí se vende confrontación, antagonismo; mientras que la letra pequeña de esas ideologías, la que nadie lee, terminan asemejándose. Ideologías que van construyendo una letra pequeña semejante y es esta letra pequeña la que transforma de verdad una sociedad. Esta es la labor de los perdedores, no ceder en la batalla por el cambio de esa letra pequeña. Desde donde sea, en cualquier momento. Es la letra pequeña la que educa las actitudes, la que genera las convicciones y las dudas que hacen crecer el pensamiento, la que configura la ética y la moral necesarias para hacer avanzar la sociedad.

La historia no tiene un sentido lineal impulsado por una sola fuerza, sino zigzagueante como consecuencia de una multiplicidad de fuerzas enfrentadas empujando en diferentes sentidos. Hacia donde avanza solo lo puede dar la perspectiva histórica y es en esa perspectiva donde trabaja el perdedor, su campo natural de trabajo. La sociedad se trata de un carruaje tirado por los caballos del poder pero movido realmente por las innumerables fuerzas que se mueven en su interior y que retienen, empujan o hacen cambiar de dirección a esos caballos.

La historia la escriben los vencedores pero, quiero creer, que la hacen los perdedores, aquellos que alejados de la seducción del poder son capaces de alumbrar nuevas formas de organizarse y de relacionarse entre todos y que, lentamente, la sociedad va gestando. Aquellos que no temen quedar relegados una vez que han llegado, aquellos que siempre han de resultar incómodos y que, quizás imperceptiblemente, evitan que las instituciones, las organizaciones, el poder se instalen. Aquellos que acumulan derrotas y aún así libran las batallas por la necesidad de librarlas. Aquellos que viven de verdad la letra pequeña sabiendo que solo desde nuevas formas de relacionarse es posible construir una nueva sociedad. Aquellos cuya voz suena muy bajo pero no por ello dejan de alzarla. Una historia que quizás no veamos pero que estamos obligados a forjarla.

viernes, 20 de mayo de 2011

DEMOCRACIA REAL, YA


Qué difícil es asumir los propios errores y más difícil aún es corregirlos. Es triste el espectáculo dado por los partidos ante las movilizaciones surgidas del 15-M, pero o no se enteran de nada o no quieren enterarse. Comprendo que las fechas son complicadas, cuatro años esperando este momento y surge este imprevisto. Sé que entre los mensajes que se transmiten los hay cruzados, los hay confusos, hay demasiados, pero hay un mensaje claro: la desafección cada vez mayor de esta sociedad respecto a los políticos, la exigencia de una refundación desde la ética y la verdadera democracia del sistema político y el convencimiento de que esa refundación no podrán realizarla los demócratas de boquilla que de tanto abusar de él han devaluado el término.

Es urgente hacer cambios en la legislación electoral. Listas abiertas que acerquen los representantes a sus representados, que resida en estos la decisión última de su incorporación a la vida pública y no a la ejecutiva de los partidos. Cambios en el reparto que no nos condenen al bipartidismo, sabiendo la complejidad de este asunto ya que un elemento fundamental en este reparto es la circunscripción electoral. Siempre, salvo que pretendamos una única y estatal, habrá partidos que con un reparto nacional único hubieran obtenido representación pero que diseminado ese voto en múltiples circunscripciones ven como esa representación queda en poco o en nada. Cambios en la financiación de los partidos, en el diseño de las campañas electorales, en la regulación de los excesos verbales, de los usos mediáticos.

Es urgente suprimir privilegios estériles de los políticos que sólo logran alejarlos cada vez más de los ciudadanos. Si alguien debiera ser ejemplar en la sociedad es un político. Si alguien debiera serlo todavía más que un político es uno de izquierdas. No cabe la ostentación, no la prepotencia. Si hay que predicar con el ejemplo, el primero que debe hacerlo es el político. Discurso y vida no pueden estar disociados. La legislación debe de ser estricta, pero donde esta no llegue debe de llegar la persona.

Es urgente modificar el funcionamiento interno. Evitar que se premie por encima de todo la fidelidad para llegar a concluir en una interpretación del término tan reduccionista que se identifique con ausencia de pensamiento propio, con el aprendizaje rápido de formas y palabras, con la clonación política, con la reproducción endogámica que en puro proceso biológico empobrece la genética, minimaliza la inteligencia, simplifica o anula el debate, expulsa la inteligencia. Es tristísima la imagen que ofrecen los partidos, todos, con la preponderancia de paniaguados capaces de decir esto y lo contrario si así se le exige, con la ostentación pública de la estulticia, con la reproducción de esos clones que se van multiplicando en la misma medida que su alejamiento de la realidad.

Pero no descalifiquemos alegremente ese mundo, no hagamos con celeridad dos grupos, ellos y nosotros, porque es muy complicado establecer donde empieza y acaba cada uno de los grupos. Es necesario asumir una responsabilidad colectiva, la tienen, o tenemos, todos aquellos que han votado alegremente a políticos claramente corruptos, porque con ese voto han reforzado ese comportamiento; la tienen los teloneros que prestan su imagen al espectáculo que nos brindan, situados detrás del político de turno dispuesto a ofrecernos la ración diaria de mensaje sin sorpresas; la tienen los que responden instintivamente, cual perro de Pavlov, con aplausos a la subida de tono de su político, encaramado a la tribuna, independientemente de lo que diga; la tiene quien ríe sus gracias, quien da crédito a sus mentiras, quien reproduce sus improperios. Y son (o somos) millones.

Pero no nos dejemos llevar por el torbellino, seamos capaces de separar el grano de la paja. La política es inevitable, necesaria, y digna en sí misma. Es necesaria una reivindicación de la política. Y perdidos en ese totum revolutum es necesario decir también que no todos son iguales. Siendo necesaria una regeneración de la vida política en su conjunto y una refundación de los partidos, ni todos los políticos son iguales, ni todos los partidos. Y, por último, no nos olvidemos, por muy gratificante que sea la descalificación y, sobre todo, hecha en grupo, no son marcianos, ellos y nosotros salimos de la misma masa, son nuestros amigos, nuestros vecinos, con los que compartimos calle y café, ellos somos nosotros.

Y en el mejor de los diseños posible de una normativa electoral nos podemos encontrar con que el pueblo sigue prefiriendo a políticos corruptos, populistas, simplistas, embaucadores; con que el circo mediático continúa; con que estamos solos; con que la democracia es eso: el gobierno de los imbéciles y no tenemos isla desierta a la que acudir. Con que la democracia real la tenemos que ir construyendo cada día, en cada gesto, en cada uno de los ámbitos en los que vivimos; con que es un proceso permanente que no tiene fin; con que es una batalla que tenemos que librar sabiendo que tenemos muchas bazas para perderla pues salga lo que salga no nos gustará del todo.

jueves, 19 de mayo de 2011

DISCURSO POLÍTICAMENTE INCORRECTO


La tesis de Sócrates según la cual es mejor padecer una injusticia que cometerla viene a coincidir de hecho con la conclusión de la vida de Jesús de Nazaret expuesta en sus Evangelios. Uno y otro representan, supuestamente, los fundamentos de la cultura occidental y, sin embargo, nada de eso, la tesis sobre la que se sustenta nuestra sociedad parece ser justamente la contraria. Lógicamente no explicitada (sería, del mismo modo, políticamente incorrecto) pero que representa de facto el sustento moral de las decisiones políticas y, especialmente, económicas.

Es comprensible y defendible la indignación ante los recortes sociales habidos, la defensa del Estado Social del Bienestar, la necesidad de un futuro para las jóvenes generaciones, las que ya están aquí y las que restan por venir, un futuro que se desea, legítimamente, al menos similar al pasado reciente. Sin embargo, hay que recordar una cuestión enormemente incómoda pero, del mismo modo, enormemente cierta. Buena parte de ese Estado del Bienestar, de sus derechos sociales adquiridos, han sido posibles gracias al latrocinio internacional, a un reparto injusto de la riqueza, a que durante siglos nosotros hemos cometido la injusticia y otros la han padecido, y, mientras tanto, hemos mirado para otro lado. El logro de la izquierda europea ha sido una gestión interna de ese reparto externo injusto en la que se han ido alcanzando importantes cotas de bienestar y una malla de derechos sociales que aportó seguridad y redujo la sensación de desigualdad. Es el desmoronamiento de esa situación lo que se denuncia y lo que se pretende restablecer. Pero, ¿puede repetirse el pasado? ¿debe repetirse?

El engaño que encierra cierto discurso social pretendidamente de izquierdas se encuentra en el verbo restablecer. Recuperar nuestros derechos para que todo siga igual. Los movimientos sociales que están habiendo en el mundo, los desarrollos económicos de algunos países, la modificación en su peso internacional, el hecho incontestable y difícilmente controlable de la globalización, ¿permite que todo siga igual? Son las bases internas sobre las que se ha sustentado nuestra realidad las que deben de ser modificadas. No podemos contentarnos sin más con recuperar “nuestros” derechos y que la realidad sobre la se han cimentado estos permanezca intocable. El progresismo no es de izquierdas si solo produce progreso para una parte y genera estancamiento o involución en otra. El pasado no es perfecto si solo lo era para esa parte.

Resulta complicado asumir esto pero es necesario lograrlo transmitir a esa juventud lógicamente indignada que hoy toma nuestras calles. No os dejéis engañar, la vida tiene muchos matices, su gestión es necesariamente compleja, huid de los simplismos, no repitáis nuestros errores. Es necesario tomar conciencia de algunas cuestiones:

- Cuando algo se pierde no siempre puede ser recuperado. Nuestro ritmo de desarrollo, hecho extensivo para todos, es insostenible. El que otros vayan alcanzando nuestras cotas puede que obligue a reducir las nuestras.

- Lo verdaderamente revolucionario es la máxima “menos es más”. Tenemos que acostumbrarnos a vivir con menos, solo eso hará posible que otros lo hagan con más. Menos es también ir soltando lastres, supone libertad, sustituir la sociedad del consumo obligado y creciente por la del consumo necesario, reaprender a vivir con lo esencial también de nosotros mismos.

- Es exigencia moral no aceptar sin más un restablecimiento que mantenga el estatus quo vigente, que mantenga el derroche del dinero público, el escándalo de los beneficios millonarios intocables de unos pocos, la ostentación como símbolo social, las castas sociales y económicas, el sacrificio a la hora de la toma de decisiones de los débiles sin tocar un ápice a los más fuertes.

Es preferible padecer la injusticia que cometerla. Grande es la hipocresía de aquellos que dicen defender las raíces cristianas y construyen la sociedad sobre bases injustas, enseñan a la gente a mirar para otro lado. Es necesario desarrollar una conciencia moral y una capacidad de pensamiento reflexivo que haga imposible la convivencia anestesiada con uno mismo en una situación así. Se acabaron las mentiras, la mera propaganda, los discursos de titulares en los que se ocultan la letra pequeña, los alegatos planos en los que no existen matices, la repetición constante de cuatro ideas simplistas, y esto solo es posible en la medida en que nosotros desarrollemos ese pensamiento reflexivo y crítico y esa conciencia moral capaz de decir basta.

domingo, 15 de mayo de 2011

MALAS TÁCTICAS. MALAS PERSONAS

La persona que hace trampas es tramposa, fullera. La que miente es mentirosa, embustera, farsante. La que utiliza métodos tramposos, embaucadores y mentirosos para alcanzar un fin no es sino mala persona.

El Partido Popular esta utilizando en esta campaña electoral la estrategia de confundir al votante, estrategia que ya le ha supuesto en Madrid la censura de la Junta Electoral Central y la exigencia de retirada de unos carteles contrarios al principio de transparencia que debe regir la campaña electoral, censurando la utilización de una publicidad electoral empleando los símbolos, colores o tipografía habitualmente identificativos de otro que pueda inducir a error a los electores sobre la autoría del mensaje electoral, así como de cualquier persona física o jurídica difunda propaganda electoral de forma anónima, sin identificarse con los mensajes electorales que presente.

En nuestra comunidad nos hemos encontrado con una práctica similar, un cuadernillo elaborado con una tipografía que identifica al PSOE y, prácticamente, sin identificación, salvo una letra minúscula, que fácilmente pasa desapercibida, que se puede encontrar al final del panfleto y que revela la autoría del PP. Dirán que es cosa menor, se regocijarán por su ingenio, acostumbrados, como nos quieren a la difamación, al insulto, a la mentira, al engaño como arma habitual en el enfrentamiento político.

Pero no vale el “todo vale”. El fin nunca justifica los medios porque son estos los que nos hacen grandes o mezquinos, capaces o incapaces de perseguir fines altruistas. Quien no sabe regirse por una moral en la cosa pequeña resulta muy peligroso en la gestión de los grandes objetivos. Quien justifica las trampas para alcanzar esos fines, independientemente de cuales sean estos, es un persona tramposa, es una mala persona.

Cualquier análisis precedido de un prejuicio, descalificar, hundir al contrario, es necesariamente sectario, deformado, falso, inútil como fuente de conocimiento, mera propaganda, publicidad. Así es el citado cuadernillo. No persigue generar juicios sino pre-juicios, no electores reflexivos, sólo votantes irracionales. Construir una sociedad manipulable, débil, enferma.

Persigue, igualmente, la extensión en la organización, de una inteligencia de establo (dos términos antagónicos), exenta de juicios personales, seguidista de las decisiones que vienen de arriba, pretendidamente libre de responsabilidades, en el que el afiliado, el ejecutor, no piensa por sí mismo, solo desarrolla una fidelidad acrítica. Lentamente se forjan personalidades dentro del concepto de banalidad del mal. Afectuosos padres de familia, educados convecinos, suspenden la moralidad una vez dentro del establo, del partido. Movilizadores ideales para esa sociedad enferma. Pero cualquier pieza del engranaje ha de asumir su responsabilidad, ha aceptado ser pieza de ese engranaje y ha aceptado convertirse en pieza ejecutora. La renuncia al juicio propio y a la toma de decisiones personales son, en sí mismas, iniciativas por las que uno no puede eximirse de ser juzgado.

Es necesario juzgar, es necesario juzgarnos. Las malas personas pueden ganar elecciones, hay ejemplos suficientes de ello en nuestro pasado y en nuestro presente; pero la victoria electoral no justifica el comportamiento, simplemente extiende la complicidad. Uno no deja de ser mala persona cuando vence electoralmente, aun cuando arrase. Hay pruebas evidentes de ello cuando usa habitualmente la difamación para generar sospechas, la mentira consciente para confundir al votante, el silencio cómplice para ocultar las bajezas, tácticas tramposas para ensuciar una campaña. En nuestras manos está que ese tipo de personas se sientan legitimadas o no. Darles el visto bueno, no nos engañemos, es legitimar ese comportamiento, premiarlo como forma de hacer política, juzgar que ese mal es banal, que el fin justifica los medios, que todo está permitido siempre que sea de los “nuestros”.

viernes, 13 de mayo de 2011

RESULTA QUE LOS CINCUENTA ERAN ESTO

En los años de mi infancia (cuan lejos parecen quedar ya) un hombre con cincuenta años no era un adulto sin más, para mí representaba alguien casi de la tercera edad. Me impresionaban aquellos señores adustos. Hasta sus sonrisas, sus bromas, me resultaban adustas. Era ese niño que era yo, inseguro y enormemente tímido el que colgaba ese cartel a cada uno de sus gestos. Un cincuentón era un hombre de las cavernas sin más, un ser primitivo del que no cabía esperar una respuesta segura, al que había que temer forzosamente como medio de seguridad y supervivencia. Y hoy soy yo ese hombre de cincuenta años. Realizo un cuidadoso travelín desde aquel niño temeroso hasta este adulto de hoy y descubro que sólo soy el mismo niño escondido bajo las capas de cebolla depositadas por los años, capas de aprendizaje, de prudencia, ¿de hipocresía? La palabra "hipócrita" designaba, en el teatro griego, al actor que utilizaba máscara y disfraz para representar una personalidad ajena a la suya. Su objetivo era deleitar al público. Hemos ido aprendiendo a actuar y si no conseguimos deleitar al público, al menos pretendemos no enfurecerlo. Representar bien el papel.

Ese niño sigue mirando al espejo a este adulto. Le resulta forzosamente familiar la imagen que ve reflejada en él, pero no termina de identificarse con ella, le parece una máscara de la que no se puede desprender, que no termina de admitir que sea suya, que sea él mismo. Resulta que los cincuenta eran esto, uno sigue siendo el niño que los demás ya no reconocen en ti, es su mirada la que reajusta tu papel, la que te convierte en el viejo hipócrita griego.

Resulta que los cincuenta eran esto,

nada que temer,

una mirada algo triste cargada de melancolía no sabe uno bien de qué,

un animal cargado de deseo necesariamente domado,

un animal domesticado por las derrotas que se resiste a perder la utopía en su mirada,

un cuerpo que anhela ser tocado y besado y que cada noche se acuesta soñando con el mañana,

un liberto necesitado de perdón para liberarse del lastre oculto que soporta,

un presente cargado de pasados arañando espacios de futuro,

el viejo niño que deseaba reír a carcajadas y llorar desbordado por los sollozos, risa y llanto en las orillas de una corriente donde fluya la vida sin parar,

un anciano enluciendo vetustas palabras encerradas en el envanecido arcón de la juventud: ternura, misericordia, compasión, humildad, bondad,

un viejo gruñón que sueña con ser el adolescente que no fue.

Resulta que los cincuenta eran esto: el viejo niño encerrado en un cuerpo de viejo, esperando, simplemente, que le quieran.

CONTRADICCIONES

Si acaso he alcanzado algo de sabiduría ha sido gracias a perder certezas.

Si he podido ganar en libertad ha sido a costa de una mayor soledad.

Si ha aumentado mi soledad ha sido por abandonar los estereotipos.

Si he dejado los tópicos quizás he ganado en lucidez.

Incrementar la lucidez me ha supuesto más incomprensión.

Si soporto la soledad ha sido gracias a no estar solo.

Sobrevivo gracias a ellos. Es a ellos a quien debo dar la vida.

He aprendido que vivir es crecer entre contradicciones.

sábado, 7 de mayo de 2011

ALERGIA AL ELECTORALISMO


Me producen urticaria esos loros parlantes tan predecibles de los que ya se sabe antes de que abran la boca lo que van a decir y cómo.

Me dan grima los cerebros huecos capaces de cambiar de hoy a mañana lo que deben decir en función de las circunstancias.

Me generan repelús esas conciencias tan laxas que defienden con el mismo ardor en el correligionario lo que critican en el de otro bando.

Me aumentan la tensión esos profesionales de la mentira cuyo único objetivo es difamar y hundir personalmente al contrincante.

Me originan escalofríos los ignorantes de los matices para los que todo es blanco o negro, catástrofe o victoria en función de quien es el protagonista.

Me ponen carne de gallina los que hablan sin sonrojo en nombre de todos los españoles, de la gente normal, de la gente decente como si los que no pensaran como ellos fueran parias o proscritos.

Me hacen llorar los estúpidos chistosos buscadores del chiste fácil y malo cuyo único objetivo es generar titulares.

Me sobrevienen calenturas los que no tienen nada que aportar a los demás pues su verdadero objetivo es la búsqueda de un futuro personal aunque sea a cambio de un plato de lentejas.

Me provocan pavor los que intentan enmascarar sus negocios privados con palabras grandilocuentes parapetados detrás de sensibilidades sagradas.

Me producen urticaria los que escuchan con detenimiento y credulidad a esos loros parlantes tan predecibles de los que ya se sabe antes de que abran la boca lo que van a decir y cómo.

Me dan grima los cerebros huecos capaces de cambiar de hoy a mañana lo que deben pensar en función de lo que dicen los cerebros huecos capaces de cambiar de hoy a mañana lo que deben decir en función de las circunstancias.

Me generan repelús esas conciencias tan laxas que defienden con el mismo ardor en el correligionario lo que critican en el de otro bando, según les digan en cada ocasión.

Me aumentan la tensión esas personalidades ecos de los profesionales de la mentira cuyo único objetivo es difamar y hundir personalmente al contrincante.

Me originan escalofríos los ignorantes de los matices para los que todo es blanco o negro, catástrofe o victoria en función de quien es el protagonista y de quién transmite una mayor barbaridad.

Me ponen carne de gallina los que se sienten identificados con los que hablan sin sonrojo en nombre de todos los españoles, de la gente normal, de la gente decente como si los que no pensaran como ellos fueran parias o proscritos.

Me hacen llorar los que aplauden sin pensar, como mero estímulo-respuesta a esos estúpidos chistosos buscadores del chiste fácil y malo cuyo único objetivo es generar titulares.

Me sobrevienen calenturas al ver como se vota sin rubor a los que no tienen nada que aportar a los demás pues su verdadero objetivo es la búsqueda de un futuro personal aunque sea a cambio de un plato de lentejas.

Me provocan pavor los que justifican con complicidad a los que intentan enmascarar sus negocios privados con palabras grandilocuentes parapetados detrás de sensibilidades sagradas.

Por eso me siento marciano, porque cada día encuentro a mi alrededor más personas así, porque cada día de cada mes de cada año es campaña electoral, la hora H del día D para hundir al contrario, porque, a lo mejor, todo eso es lo normal y yo, simplemente, soy alérgico a la estulticia y a la hipocresía.